Hércules desvía el río Alfeo para
limpiar los establos del rey Augías. Lienzo de Francisco Zurbarán, en el Museo
del Prado.
La votación estuvo tan
reñida (6 a 5) a pesar de la inclinación muy mayoritaria de la institución
hacia la derecha, que cabe decir que el esperpento solo pudo ganar en la ruleta
de los penaltis.
Hubo una resistencia clara
a hacer el ridículo, por parte de una minoría cualificada del Tribunal
Constitucional. El ridículo, sin embargo, aferrado a las consignas recibidas, finalmente
se impuso. La victoria fue pírrica. Según doctrina ocurrente del Constitucional
constitucionalista, no debió haberse declarado el estado de alarma sino el de
excepción. Sorpresa. Nadie emitió tal dictamen preventivo en su momento, otras
preocupaciones eran prioritarias y ha tenido que ser Vox la formación que haya
denunciado la anomalía.
Es lícito, con todo,
sospechar que, de haberse declarado en su momento el estado de excepción y no
el de alarma, sus señorías abrumarían ahora al gobierno con reproches por su
desmesura. Oigan, adónde van, estados de excepción y de guerra solo los
declaraba Francisco Franco.
De no haberse dejado
llevar por el hooliganismo constitucional, el alto tribunal se habría dado
cuenta de que una jurisprudencia tan chunga tiene un efecto boomerang
implacable. Al alimentar su desprestigio, los miembros favorables a la
inconstitucionalidad de la alarma en un estado de pandemia galopante, están encenagando
aquello mismo que fue creado para “fijar, limpiar y dar esplendor” (a semejanza
de la RAE) a la justicia en tanto que base de sustentación de la democracia en
España.
A sus señorías no les ha
importado una higa. Mi intuición es que están mucho más pendientes de las puertas
giratorias que tienen colocadas a su alcance, para salir de estampía hacia
ellas en cuanto alguien dé la voz oportuna. Por eso adulan a quien les pueda
poner una oficinita curiosa en pleno centro de Madrid, a dos pasos de los
ministerios, de los grandes almacenes y de los mejores bares de tapas, en la que
vegetar agradablemente algunas (no muchas) horas diarias, entregados al dolce far niente a cambio de una
morterada en emolumentos varios. Nuestros/as jueces/zas son humanos/as también
en sus flaquezas, como los dioses de Homero.
Pero el esperpento que han
fabricado queda ahí, impertérrito, como un enorme zurullo en mitad de un camino
real. Hará falta una reforma a fondo de la judicatura, en todos sus aspectos
(acceso, ascensos, elección de órganos, etc.), para limpiar los actuales establos
de Augías de modo que no quede ni la sombra del olor pestilente que ahora mismo
transmiten.
Será algo así como
desalojar otra momia de debajo de la cruz del Valle de los Caídos. Esta será la
segunda.