Graffiti en una calle de Naxos.
Ayer leí una definición perfecta
de Toni Cantó, solo que no fue escrita para él; es de Umberto Eco, y está en la
página 60 de “El péndulo de Foucault”, una novela que derrocha inteligencia y
travesura pero que no caló en el público lector, tal vez por llegar detrás de “El
nombre de la rosa”, que tuvo un éxito posiblemente desmedido, o por lo menos
debido a un equívoco afortunado.
Vamos por partes. Yo hice
ayer tarde lo que había declarado previamente que haría: encendí el televisor para
ver el partido de la Roja, y como sabía que me iba a aburrir, dejé un libro a
mano. Era el libro de Eco.
¿Por qué elegí el Péndulo?
Porque Pilar Hidalgo lo elogiaba el otro día en Facebook, y a mí me había
gustado mucho cuando lo leí, hace tropecientos años. Aquello me dio entre los
amigos una fama casi peor que haberme leído entero el “Ulysses” de Joyce. Un conocido
se ofreció, por pura compasión según declaró, a demostrarme gratis et amore de forma incontrovertible
por qué el Péndulo era un bodrio sin circunstancias atenuantes. Lo dejamos en
ese punto, ni yo habría aceptado sus razones, ni él las mías.
Pues bien, el partido de
fútbol de ayer siguió el desarrollo ampliamente previsible: el gol español lo
hizo un suizo en propia puerta, y el gol suizo vino de un choque entre dos
defensas españoles que, con toda la ventaja a su favor, dejaron suelto un balón
que un suizo llamado Shaqiri (tres cuartas partes del seleccionado suizo eran
mercenarios de la periferia global) empujó junto al poste. El resto hasta los
penaltis fue alarde físico, orden táctico y algunos coitus interruptus, por
parte sobre todo de la delantera española.
Ahora nos enfrentaremos en
semifinales a Italia. Tenemos opciones, ante ellos. Son más físicos y más
disciplinados tácticamente que los nuestros, pero los comentaristas deportivos
ven un indicio de esperanza en la lesión de Spinazzola. Era un peligro cierto,
ya conocen la canción: «Eres una spinazzola que se me ha clavao en el corasón,
suave que me estás matando…», etc.
Me encantan esos apellidos
italianos, ahí se ve que estamos ante un pueblo de poetas: ante Bélgica, Immobile
estuvo demasiado estático, y en cambio el comportamiento de Insigne fue
sobresaliente, con un gol decisivo. En Italia el apellido es un indicio seguro
para que el seleccionador conozca el potencial real del jugador en cuestión. El
portero de Italia se llama Donnarumma, y ahí, me parece a mí, queda dicho todo.
Estoy divagando. Ya llego
al asunto de Toni Cantó. Ocurre en la página 60 del libro, Belbo y Casaubon se
han encontrado por primera vez y están bebiendo y charlando en el pub Pilades.
Belbo hace una distinción llena de matices entre los cretinos, los imbéciles,
los estúpidos y los locos. No son lo mismo. Imbécil es Murat condecorando a un
oficial de la Martinica, a quien pregunta: «Vous
êtes nègre?» «Oui, mon général.» «Bravo, bravo, continuez!»
El estúpido, en cambio, no
se equivoca de comportamiento, sino de razonamiento. “Incluso puede decir algo
correcto, señala Belbo, pero por razones equivocadas.”
Y ahí llegamos al punto en
cuestión. Toni Cantó no es ni imbécil ni estúpido; es un cretino. El cretino, atiendan
bien, según afirma Belbo, “entra en la puerta giratoria por el lado opuesto.
─ ¿Cómo es posible?
─ Él lo consigue. Por eso
es un cretino.”
Ayer tarde no solo
conseguí rebañar esta perla de sabiduría práctica, sino que además la Roja se
clasificó para las semifinales, y ahora, ocurra lo que ocurra, ya no habrá
fracasado. Pedro Sánchez seguirá en la Moncloa, y Sergio Ramos parece que
finalmente jugará en el PSG. Suerte para los dos.