domingo, 25 de julio de 2021

PEQUEÑO HOMENAJE A JAUMETA DE GUALBES

 


El Pati Llimona y la casa que fue de los Gualbes, junto al portal del Regomir y encastrada en la muralla romana de Barcelona. La foto está distorsionada, pero no he encontrado otra mejor reproducible.

 

Por ser el día de Sant Jaume me he acordado de Jaumeta de Gualbes, que en definitiva hizo una buena boda auspiciada por su padre Ferrer de Gualbes, y tuvo una prole considerable. Yo la saqué en un apunte episódico de un novelón que guardo en un cajón metafórico por si a alguien le interesa editarlo, algún día. Bernardí de Rupià, monje de la Orden de San Juan y protagonista de la historia, trabaja en esta parte de la novela junto al Papa Luna en promover la candidatura al Reino de Aragón de Ferran de Trastámara, frente a la de Jaume d’Urgell.

 

Si has filla a maridar,

e hauràs qué li puixes dar,

da-li marit; a no tardar

vage defora.

(ANSELM TURMEDA)

     

ES LA TERCERA ocasión en que Bernardí vuelve a la casa de Ferrer de Gualbes, siempre de oscurecida y cuidando de no ser visto por nadie. Ha prescindido del hábito de la orden, con la cruz blanca demasiado visible, y viste sobriamente de negro.

El esclavo Julià lo conduce a una pequeña sala de espera, en el piso alto. Bernardí toma asiento y se entretiene en admirar el rico trabajo de un gran tapiz flamenco. Oye un ruido ligero y le parece que los gansos en vuelo representados en el tapiz se mueven, aletean. Entonces ve dos ojos muy grandes que atisban por detrás del borde de la tela.

            – Hola – dice.

            Una niña de once o doce años, muy seria, vestida de raso azul y plata y con el cabello castaño claro recogido por una pequeña diadema, aparece junto al tapiz.

            – ¿Tú quién eres? – pregunta.

            – Me llamo Bernardí de Rupià, ¿y tú?

            – Yo soy Jaumeta de Gualbes. ¿Eres noble?

            – Sí, pero no mucho, la verdad – explica Bernardí, divertido –. Soy de una familia bastante pobre, ¿sabes?, y además el segundón de la familia solamente.

            – ¿No eres un noble de campanillas?

            – Me temo que no.

            – Puede que eso no importe – declara ella después de pensarlo un poco –, pero no estoy del todo segura. ¿Has venido para pedir mi mano?

            – No, lo siento, he venido a ver a tu padre por otro asunto.

            – Bueno, pues si quieres pedir mi mano tienes que darte prisa. Están locos por casarme con un noble incluso si no es de campanillas, dice mi madre, cosa que yo no entiendo muy bien. Nosotros dinero tenemos de sobra, pero dicen que ahora lo que nos hace falta es una posición en la corte, y por esa razón están buscando un marido noble para mí. A mí no me hace mucha gracia, la verdad, con tanto jaleo ya no sé dónde tengo la cabeza. Pero si el marido vas a ser tú, no me importará tanto – añade con condescendencia.

            – Hay un inconveniente – dice Bernardí –. Soy un monje, he hecho votos, no podríamos tener hijos.

            – Pues en ese caso no va a poder ser – niega con la cabeza Jaumeta, muy decidida –. Tener muchos hijos es lo más importante de todo.

            – Me destrozas el corazón – declara Bernardí con cara de compunción, y ella le dedica una larga mirada de reojo.

            – No te preocupes – dice –, ya se te pasará.

            Y desaparece detrás del tapiz.