viernes, 2 de julio de 2021

RETRATO DE FAMILIA EN UN INTERIOR

 


Puestos a adivinar, la imagen que encabeza estas líneas podría corresponder a algún momento de principios o mediados los años cuarenta, en un lugar no determinado de nuestro país, tal vez un casón solariego de un pueblo no muy grande de Castilla la Vieja.

La actitud de los personajes no es espontánea; el fotógrafo debió de disponerlos en dos grupos ─en torno a la mesa camilla, unos; otros, en el tresillo─, y recomendarles muchas veces que no miraran a la cámara y que sonrieran con naturalidad, cuestión en la que no obtuvo un gran resultado. La cámara, de esas de fuelle, debió de ser nueva, recién estrenada por un aficionado entusiasta dispuesto a utilizarla en esta ocasión con un propósito especial.

La ausencia de una lente gran angular (entonces aún no habían llegado al mercado nacional) debió de obligar al fotógrafo a apretarse contra una esquina del salón para disparar la foto; y aun así, dejó cortada la figura colocada más a la derecha, de la que solo se ven las piernas. Por las piernas sabemos que se trata de una mujer, y la supongo hermana de la que ocupa, radiante, el centro de la escena. Según esta suposición, un tanto gratuita, el caballero joven sería asimismo hermano de la mujer que hace ganchillo, y el hombre y la mujer de la mesa camilla serían los padres de los tres.

El fotógrafo, sigo suponiendo, pudo ser el marido de la que llamaré mujer central. Aún voy a arriesgar otra suposición: el trabajo de ganchillo y la sonrisa feliz de la mujer, que recibe toda la iluminación del balcón abierto de par en par para la ocasión, tienen tal vez una función expresiva: la de indicar que el fotógrafo y ella esperan descendencia.

También la mujer de la mesa camilla, la abuela in péctore, sostiene lo que parece una aguja de ganchillo. Con poca convicción, diría yo. Es una mujer siempre ocupada, y seguramente está pensando que todas estas recomendaciones fatigosas de su yerno para una simple y tonta fotografía, son pura pérdida de tiempo.

Todos los personajes están vestidos de fiesta. Quizás es domingo, y han vuelto ya o se disponen a ir a la misa de la Colegiata, para lo cual les basta recorrer cuatro pasos hasta la esquina de la plaza y atravesar luego esta, en sentido transversal. Claro que ahí estará presente todo el pueblo, el boticario y sus simpáticas hijas en particular, y es obligatorio en una familia destacada del lugar mostrarse en sus mejores galas. La mujer central lleva puesto un collar de perlas cultivadas de dos vueltas; la de la derecha usa zapatos de tacón; los hombres visten trajes completos y están encorbatados.

Examinemos finalmente el mobiliario de la sala. Son notorios el bargueño de la esquina, la pieza de cerámica que lo corona, y el cuadro de la Virgen de Guadalupe, feísimo pero indicador de un respeto por la religión. Sobre la mesa camilla hay un velón antiguo; los hilos eléctricos vistos y el interruptor colocado a la derecha de la puerta que lleva al interior de la casa, indican que la iluminación no depende de velas ni lámparas de aceite, de modo que cabe concluir que el velón cumple una función decorativa. Pero además está ahí a mano en caso de que falle la electricidad, por una tormenta o por las restricciones, que no eran desconocidas en los años y en las áreas en las que se sitúa la fotografía.

El suelo, de maderamen bruñido, está cubierto en buena parte por esteras, que lo protegen de daños posibles debidos al auge de la moda de los tacones femeninos y de los cigarrillos masculinos (exclusivamente masculinos, estamos en una familia rigurosamente respetuosa de las convenciones sociales).

Y finalmente, el mamotreto que tiene abierto ante los ojos el hombre de la mesa camilla podría ser un gran diccionario enciclopédico, el Hispano-Americano por ejemplo, al que él recurre con frecuencia para dar horizontes más amplios y mayor exactitud a su prosa, tanto si la utiliza en su trabajo (estamos delante de un profesional del derecho), como si lo hace en su correspondencia habitual y familiar.

La fotografía fue creada para saludar, según creo, la presencia novedosa, en su entorno veraniego habitual, de dos generaciones y media de una familia. Me acojo a la hipótesis para reproducir aquí con tanto desenfado un documento de índole íntima en principio. No tanto íntima, diré en mi defensa, como conmemorativa, y por lo demás, ahora ya, testimonio gráfico de un mundo que ha dejado de existir. Ninguna de las personas que aparecen a la vista es ya de este mundo. En memoria histórica de todas ellas incluyo la imagen en este blog, pero de ninguna manera querría ser acusado por ese motivo de indiscreción.