Puestos a adivinar, la
imagen que encabeza estas líneas podría corresponder a algún momento de principios
o mediados los años cuarenta, en un lugar no determinado de nuestro país, tal
vez un casón solariego de un pueblo no muy grande de Castilla la Vieja.
La actitud de los
personajes no es espontánea; el fotógrafo debió de disponerlos en dos grupos
─en torno a la mesa camilla, unos; otros, en el tresillo─, y recomendarles
muchas veces que no miraran a la cámara y que sonrieran con naturalidad, cuestión
en la que no obtuvo un gran resultado. La cámara, de esas de fuelle, debió de
ser nueva, recién estrenada por un aficionado entusiasta dispuesto a utilizarla
en esta ocasión con un propósito especial.
La ausencia de una lente
gran angular (entonces aún no habían llegado al mercado nacional) debió de
obligar al fotógrafo a apretarse contra una esquina del salón para disparar la
foto; y aun así, dejó cortada la figura colocada más a la derecha, de la que
solo se ven las piernas. Por las piernas sabemos que se trata de una mujer, y
la supongo hermana de la que ocupa, radiante, el centro de la escena. Según esta
suposición, un tanto gratuita, el caballero joven sería asimismo hermano de la
mujer que hace ganchillo, y el hombre y la mujer de la mesa camilla serían los
padres de los tres.
El fotógrafo, sigo
suponiendo, pudo ser el marido de la que llamaré mujer central. Aún voy a
arriesgar otra suposición: el trabajo de ganchillo y la sonrisa feliz de la
mujer, que recibe toda la iluminación del balcón abierto de par en par para la
ocasión, tienen tal vez una función expresiva: la de indicar que el fotógrafo y
ella esperan descendencia.
También la mujer de la
mesa camilla, la abuela in péctore, sostiene
lo que parece una aguja de ganchillo. Con poca convicción, diría yo. Es una
mujer siempre ocupada, y seguramente está pensando que todas estas recomendaciones
fatigosas de su yerno para una simple y tonta fotografía, son pura pérdida de
tiempo.
Todos los personajes están
vestidos de fiesta. Quizás es domingo, y han vuelto ya o se disponen a ir a la
misa de la Colegiata, para lo cual les basta recorrer cuatro pasos hasta la
esquina de la plaza y atravesar luego esta, en sentido transversal. Claro que
ahí estará presente todo el pueblo, el boticario y sus simpáticas hijas en
particular, y es obligatorio en una familia destacada del lugar mostrarse en
sus mejores galas. La mujer central lleva puesto un collar de perlas cultivadas
de dos vueltas; la de la derecha usa zapatos de tacón; los hombres visten
trajes completos y están encorbatados.
Examinemos finalmente el
mobiliario de la sala. Son notorios el bargueño de la esquina, la pieza de
cerámica que lo corona, y el cuadro de la Virgen de Guadalupe, feísimo pero
indicador de un respeto por la religión. Sobre la mesa camilla hay un velón
antiguo; los hilos eléctricos vistos y el interruptor colocado a la derecha de
la puerta que lleva al interior de la casa, indican que la iluminación no
depende de velas ni lámparas de aceite, de modo que cabe concluir que el velón
cumple una función decorativa. Pero además está ahí a mano en caso de que falle
la electricidad, por una tormenta o por las restricciones, que no eran
desconocidas en los años y en las áreas en las que se sitúa la fotografía.
El suelo, de maderamen bruñido,
está cubierto en buena parte por esteras, que lo protegen de daños posibles
debidos al auge de la moda de los tacones femeninos y de los cigarrillos
masculinos (exclusivamente masculinos, estamos en una familia rigurosamente
respetuosa de las convenciones sociales).
Y finalmente, el mamotreto
que tiene abierto ante los ojos el hombre de la mesa camilla podría ser un gran
diccionario enciclopédico, el Hispano-Americano por ejemplo, al que él recurre
con frecuencia para dar horizontes más amplios y mayor exactitud a su prosa,
tanto si la utiliza en su trabajo (estamos delante de un profesional del
derecho), como si lo hace en su correspondencia habitual y familiar.
La fotografía fue creada
para saludar, según creo, la presencia novedosa, en su entorno veraniego habitual,
de dos generaciones y media de una familia. Me acojo a la hipótesis para reproducir
aquí con tanto desenfado un documento de índole íntima en principio. No tanto
íntima, diré en mi defensa, como conmemorativa, y por lo demás, ahora ya, testimonio
gráfico de un mundo que ha dejado de existir. Ninguna de las personas que
aparecen a la vista es ya de este mundo. En memoria histórica de todas ellas
incluyo la imagen en este blog, pero de ninguna manera querría ser acusado por
ese motivo de indiscreción.