Que pleurent dans la nuit nos coeurs à l’unison.
Ce qu’il faut de regrets pour payer un frisson!
(Louis ARAGON, ‘No hay amor feliz’)
Me entero de la noticia al
volver de una miniexcursión al Empordà, para la que decidí prescindir del
portátil y luego me dejé sin querer el móvil encima de la mesa del comedor.
Messi se va del Barça.
Sabíamos todos que no iba
a durar para siempre, y sabíamos asimismo que Joan Laporta es un saltataulells y un farolero de muchos
quilates, que cuando aseguraba tener controladas las cosas estaba mintiendo
como un bellaco. Lo lleva en el ADN, por lo demás, en eso son iguales las
derechas procesistas catalanas y las unionistas españolas: todas mienten y al
mismo tiempo se acusan recíprocamente de mentir.
Entonces, Messi se va. La
primera idea que se me ocurre es que la comisión bilateral empiece a negociar en
serio la reducción del aeropuerto del Prat. La construcción de una nueva pista
donde además no cabe, va a ser por completo inútil. ¿Qué van a venir a ver las
masas enfebrecidas a Barcelona, ahora que el D10S no estará aquí, y en su
lugar figurarán en la alineación Braithwaite o el Kun Agüero, grandes
profesionales sin duda pero decididamente terrenales? Las grandes eliminatorias de la Champions, las que traen público cervecero que mea el pie de nuestros monumentos, se alejan de nuestro horizonte. Nuestros futbolistas sudarán honradamente la camiseta, pero nadie reserva billete en un birreactor para ver una camiseta sudada.
Es el momento de reducir
la polución, mimar la biodiversidad del litoral, encontrar soluciones
sostenibles para la movilidad y el transporte interno entre rodalies hasta ahora de tercera división
pero de las que sabes que, como a los angelitos negros de la canción, «en el
cielo también las quiere Dios».
Barcelona crecerá en todo
caso con la atención a las personas y los territorios maltratados de los
suburbios, con una mejor política de igualdad de oportunidades, con la
extensión de los servicios y el apoyo a nuevas industrias limpias en lugar de
mastodontes contaminantes y de entidades financieras rapaces.
Luego, algún día, tal vez
el nuevo Barça sin Messi vuelva a enamorarnos a muchos, y acudamos a jalearlo al
estadio por cientos de miles, sin mascarillas ni distancias de seguridad. Los
privilegios hay que merecerlos; quienes han despilfarrado tanto el patrimonio
social de la entidad como el entorno climático de una de las mayores
concentraciones patrias de virus, tanto de corona como de otras cepas, habrán
desaparecido por fuerza de la escena antes de que tal cosa ocurra.
Les invito mientras tanto
a cantar con música de Brassens este verso de Aragon levemente modificado por
mí:
«Dites ce mot “Messi”, et retenez vos
larmes. Il n’ya pas d’amour heureux.»
(Decid esta palabra, “Messi”, y
reprimid las lágrimas. No hay amor feliz.)