Corinne Lavergne sirviendo las ensaladas en nuestro extremo de la mesa comunal de la Granja Labrot
Hace un poco más de
dos años, hicimos una excursión de varios días por el Périgord. En mi blog
quedaron diversas huellas de aquel viaje, sobre todo culturales en el sentido
bastante estricto de la palabra. Fue también un circuito gastronómico, pero esa
modalidad de crónica yo no la cultivo casi nunca. La razón es que mis
digestiones son consistentemente malas, de modo que únicamente en razón a méritos
de orden cultural superior me animo a embaular gollerías que sé de buena tinta
que me van a provocar malestares de toda especie.
Hice alguna
excepción a mi norma habitual en el Périgord, desde la conciencia de que lo que
comemos es también un hecho cultural. Traigo a cuento aquí la más rotunda de mis
excepciones. Ocurrió en la Ferme Labrot de La Roque-Gageac, localidad histórica
a orillas de la Dordogne. Narcís, primo de Carmen, reservó cuatro puestos en la
mesa comunal de la granja, y allí nos dedicamos a dar cuenta de unos menús
degustación consistentes en (transcribo de la carta impresa, no traduzco porque
la mayoría de los platos son de denominación de origen y no tienen traducción
válida): 1) Pâté au foie de Canard; 2)
Salade Périgourdine (Gésiers d’oie, Magret séché et Rillettes de canard et
tomate); 3) Roulé d’Aiguillette farci au Foie gras et Magret de canard avec ses
Pommes de terre Sarladaises; 4) Tarte aux Noix. Nota.- Vino tinto o rosado (1/4
de litro), o zumo de fruta, incluido en el precio del menú (21 €)
Anne Lavergne era
la chef que se ocupaba de la cocina, y su hermana Corinne, que aparece en las
fotos, nos sirvió ayudada por un carretón muy práctico. Éramos 17 comensales. Corinne,
generosa de corazón tanto como de formas, nos dio a degustar a Narcís y a mí
una copita de Monbazillac, vino licoroso de la región que acompaña
adecuadamente el foie gras.
Después de la
ordalía, nos trasladamos al embarcadero de La Roque-Gageac y adquirimos pasajes
para una promenade por la Dordogne.
La gabarra nos llevó hasta Beynac, y se adentró por la desembocadura de un
afluente, el Céou, hasta la altura del château
de Castelnaud, imponente en aquella visión en contrapicado. Luego nos devolvió
al punto de partida.