martes, 10 de agosto de 2021

LA FIERA QUE LLEVO DENTRO

 Relámpagos de agosto

 


Requiriendo de amores a Elsa.

 

Yo fui un adolescente tímido y algo beato, que soñaba a ratos perdidos con ingresar en el seminario; pero Elsa despertó la fiera que llevaba dentro. Cuando digo Elsa me refiero a Elsa Martinelli, por supuesto.

Me colé en su alcoba sin ser visto cuando ella tomaba un baño, y le hice una confesión completa: mi delirio sin límites, la obsesión de mis noches insomnes, mi deseo irresistible de amar una vez, una vez tan solo, y después morir.

No coló. Si intentaba sobrepasarme lo más mínimo, me dijo la bella muy en serio, parapetada detrás de su toalla como si fuera la muralla de Jericó, gritaría pidiendo auxilio; y ella y yo sabíamos que Yonvayne estaba fumando recostado en su mecedora en la veranda, con su infalible seis tiros colgando de la cadera en su pistolera bien engrasada.

Sería entonces morir antes de pecar, lo mismo que me ofrecían en el seminario. Desistí.

Después de aquel clímax fallido, todo se echó a perder. Elsa dejó la farándula y se casó con el conde siracusano Franco Mancinelli Scotti di San Vito, que la encerró en el palazzo familiar, rodeada de columnas marmóreas y de retablos sacros. Yo vagabundeé por la sabana al acecho de las gacelas descarriadas que se acercaban sedientas a los bebederos de las lagunas. La última vez que vi a Yonvayne, iba despendolado atronando un skyline de baobabs, montado en una camioneta desde la cual intentaba vanamente echar el lazo a un hatari.