Fountoukli, Rodas, agosto de 2021, las
cabras asaltan la fuente que mana frente a la pequeña capilla bizantina de
Ayios Nikolaos (foto Albertina Rodríguez Martorell).
Hay tres lugares mágicos
en la isla de Rodas que guardan relación con uno o varios acuíferos subterráneos
muy abundantes y más o menos conectados entre ellos: son Petaloudes (el valle
de las Mariposas); Hepta Piges (las Siete Fuentes), una surgencia continua de
un gran volumen de agua dulce que da para llenar un embalse, y, en un punto más
alto e intermedio entre los dos citados, Fountoukli, un lugar semiescondido entre
los bosques que cubren las laderas del monte del Profeta Elías, cerca del lugar
donde los italianos de Mussolini cazaban ciervos y edificaron una especie de
pabellón de caza- sanatorio, que quedó abandonado al concluir la guerra mundial
y ha sido reconvertido en hotel hace pocos años.
El primer verano rodio de
mi nieto Mihail, que había nacido el 29 de mayo de 2007 en el nosocomio
(hospital general) de la isla, fue difícil para todos. Las temperaturas rozaban
los cuarenta grados, y nos ahogábamos en la casa al nivel del mar que habíamos
alquilado. El niño lloraba sin parar, su hermana mayor no estaba de mucho mejor
humor, y los mayores nos limitábamos a sobrevivir, sin ganas más que de
chapuzarnos en el mar vecino.
La solución idónea nos llegó
por una vía natural. El agua del grifo no era muy buena, y mi yerno Niko
decidió que subiríamos a Fountoukli con garrafas y botellas para cargar una
buena reserva del agua mejor de la isla. Son apenas una docena de kilómetros,
en los que la carretera trepa hasta una altitud de unos 500 metros, y unos siete
más hasta llegar a ese rincón. Subimos en dos coches. En Fountoukli encontramos
la fuente de agua muy fresca, la preciosa capilla, cuatro o cinco higueras
cargadas de fruto, un campo de olivos varias veces centenarios, dos o tres
cabras en un redil, y media docena de pavos reales sueltos en la naturaleza, que
se acercaban con una elegancia sinuosa a curiosearnos y ver si teníamos algo
que ofrecerles. (Teníamos, por supuesto. Nunca dejamos de meter en el coche un paquete
de galletas para Carmelina, que se sintió feliz por compartirlas.)
Y de pronto oímos risas en
el cuco del pequeñín: Mihail ya no lloraba, pataleaba divertido y nos tendía
los brazos para que lo sacáramos a ver aquel prodigio.
Volvimos muchas veces a
Fountoukli aquel verano, y también los siguientes que hemos pasado en la isla. Entre
los árboles que crecen hacia el norte se divisa desde dos o tres observatorios
una vista magnífica de la costa septentrional, más el estrecho, la isla de Simi
desplegándose en toda su extensión, y la costa turca detrás. Del lado sur, el
monte sigue ascendiendo, cubierto de bosque, y tapa todas las posibles vistas.
Lo único que ha cambiado desde
aquel año en el lugar es lo de los higos. Por el peligro de incendio en el
monte, las autoridades colocaron ahí un retén de bomberos, y como eran gentes jóvenes,
ágiles, de buen diente y no tenían mejor cosa que hacer, desnudaron las higueras
y se zamparon todo lo que generosamente ofrecían estas al paseante ocasional.
Lo que no vimos nunca fue ese
tipo de asalto casi eucarístico a la fuente por parte de las cabras, como se
documenta en la fotografía. Se deduce que los dos animales, por lo general
tímidos, pacientes y esquivos, se encontraban en un auténtico estado de
necesidad.
El agua que están bebiendo es la de mejor sabor y la más fresca de la isla. Seguro que les sentará bien. Carmen y yo contamos con viajar a Grecia (pero, ay, no a Rodas) antes de que acabe este mes, ahora que los fuegos van desapareciendo. Otros amigos se nos han adelantado ya…
Interactuando con pavos reales en el contexto de Fountoukli. Año 2010.