domingo, 1 de agosto de 2021

CUANDO LE DAN A OTRA/O TU MEDALLA

 


Lucien Levi DHURMER, ‘La femme à la médaille’ (1896)

 

Simone Biles no ha mejorado de su síndrome de ansiedad, y no se presenta a la competición individual por aparatos. Entonces, y sintiéndolo mucho, la Organización no le va a guardar el puesto y le dará las medallas de oro a otras gimnastas, otras cualesquiera, con el único requisito legal de que hayan obtenido la mejor puntuación entre todo el plantel de candidatas.

Me cuesta hacerme a la idea, tal vez porque soy catalán. No sé si han advertido ustedes que los parámetros en los que se mueven los Juegos Olímpicos de Tokyo son muy diferentes de los que rigen en nuestras latitudes. En el Parlament de Catalunya habrían colocado en lo alto del podio un lazo amarillo ─o del color que fuese, según la delicada simbología que nos caracteriza─, y nadie se habría atrevido a subirse ahí. Entre nosotros, quien es medalla de oro, lo es para siempre y con todas las consecuencias. Una Biles nostrada habría entrado en nómina y recibido todos los meses los emolumentos correspondientes a su medalla, en recompensa por un trabajo no hecho en la realidad analógica, pero cumplido en cambio a entera satisfacción de la nomenklatura en la realidad virtual, dado que ha sido apartada de su trayectoria deportiva por la fatalidad, esa fatalidad que surge unas veces de las lesiones anímicas, y otras de las sentencias de los tribunales del Estado opresor.

Al parecer la gimnasta Sunisa Lee ha dado el paso al frente y suplirá las habilidades de Simone en suelo y otros aparatos. Esto tampoco habría sido posible en nuestra padre matria debido a que Pablo Casado habría bloqueado cualquier cambio en el equipo olímpico, alegando la necesidad de consensos para renovar los mandatos establecidos en su momento, y remachando su oposición a cualquier cambio por desvirtuar la voluntad inexpresada de las mayorías silenciosas.

Ni les cuento lo que habría dicho Santiago Abascal, o para el caso cualquiera de sus acólitos, de la medalla de plata alcanzada para España por Ray (Rayderley) Zapata, un dominicano llegado a España a los nueve años de edad, con la aviesa intención de despojar de su pensión a la abuelita de Rocío Monasterio, que por cierto también vino de por ahí.

Entonces, quede claro de una vez: se está dando medallas a gente distinta de la que correspondería según méritos acreditados a suficiencia en el escalafón correspondiente. Todo está yendo manga por hombro, no se respeta nada, y no nos llamemos a engaño sobre lo que fatalmente sucederá si seguimos rodando por el despeñadero de este gobierno ilegítimo.