Lucien Levi DHURMER, ‘La femme à la
médaille’ (1896)
Simone Biles no ha mejorado
de su síndrome de ansiedad, y no se presenta a la competición individual por
aparatos. Entonces, y sintiéndolo mucho, la Organización no le va a guardar el
puesto y le dará las medallas de oro a otras gimnastas, otras cualesquiera, con
el único requisito legal de que hayan obtenido la mejor puntuación entre todo
el plantel de candidatas.
Me cuesta hacerme a la
idea, tal vez porque soy catalán. No sé si han advertido ustedes que los
parámetros en los que se mueven los Juegos Olímpicos de Tokyo son muy
diferentes de los que rigen en nuestras latitudes. En el Parlament de Catalunya
habrían colocado en lo alto del podio un lazo amarillo ─o del color que fuese,
según la delicada simbología que nos caracteriza─, y nadie se habría atrevido a
subirse ahí. Entre nosotros, quien es medalla de oro, lo es para siempre y con
todas las consecuencias. Una Biles nostrada
habría entrado en nómina y recibido todos los meses los emolumentos
correspondientes a su medalla, en recompensa por un trabajo no hecho en la
realidad analógica, pero cumplido en cambio a entera satisfacción de la nomenklatura en la realidad virtual, dado
que ha sido apartada de su trayectoria deportiva por la fatalidad, esa
fatalidad que surge unas veces de las lesiones anímicas, y otras de las sentencias
de los tribunales del Estado opresor.
Al parecer la gimnasta Sunisa
Lee ha dado el paso al frente y suplirá las habilidades de Simone en suelo y
otros aparatos. Esto tampoco habría sido posible en nuestra padre matria debido
a que Pablo Casado habría bloqueado cualquier cambio en el equipo olímpico, alegando
la necesidad de consensos para renovar los mandatos establecidos en su momento,
y remachando su oposición a cualquier cambio por desvirtuar la voluntad inexpresada
de las mayorías silenciosas.
Ni les cuento lo que
habría dicho Santiago Abascal, o para el caso cualquiera de sus acólitos, de la
medalla de plata alcanzada para España por Ray (Rayderley) Zapata, un
dominicano llegado a España a los nueve años de edad, con la aviesa intención
de despojar de su pensión a la abuelita de Rocío Monasterio, que por cierto
también vino de por ahí.
Entonces, quede claro de
una vez: se está dando medallas a gente distinta de la que correspondería según
méritos acreditados a suficiencia en el escalafón correspondiente. Todo está
yendo manga por hombro, no se respeta nada, y no nos llamemos a engaño sobre lo
que fatalmente sucederá si seguimos rodando por el despeñadero de este gobierno
ilegítimo.