Pinturas del ábside de Sant Tomás (las
fotos de este pequeño reportaje son de Carmen Martorell).
Subimos desde Poldemarx, el
jueves, al Empordà con ánimo de hacer un buen almuerzo (hay muchas
posibilidades de comer bien, allí, y también muchas de comer fatal) y de desvelar
una más de las riquezas que guarda una comarca compleja, que está muy lejos de
ser la “plana riallera” cantada por el poeta, y se parece más a una alcachofa cuyas
múltiples hojas superpuestas, al desprenderse, dejan al descubierto
exquisiteces íntimas, muy tiernas y sabrosas.
En la iglesia de Sant Tomás
de Fluvià (Alt Empordà), la retirada en 1982 de una de esas toscas capas
añadidas cuando se hacían trabajos de mantenimiento de la cubierta, permitió el
descubrimiento de un programa pictórico plasmado en el siglo XI, época en
la que fue edificado el templo como núcleo de un monasterio benedictino
dependiente de San Víctor de Marsella.
En el ábside está pintado
un Cristo en Majestad de aspecto muy joven e indiscutiblemente más seductor que
solemne, aunque aparezca instalado en una mandorla muy historiada, y rodeado
por el Tetramorfos (los evangelistas con sus símbolos respectivos) y unos
ángeles en plan guardia de honor.
Vista general de la nave de Santo
Tomás.
A un lado de la bóveda, la
vista se dirige de inmediato a una representación de la Última Cena, con San
Juan reclinado sobre el pecho de Jesús, y Judas, en primer plano, componiendo
un gesto de traidor de opereta. A continuación viene la escena del Prendimiento
de Jesús en el Huerto, con la anécdota de la oreja rebanada por Simón Pedro en
defensa del Maestro, y aplicada de nuevo por este en su lugar natural.
Inmediatamente debajo de la Cena, se atisba la parte superior de otra escena desaparecida,
que debió de representar la entrada de Cristo en Jerusalén el Domingo de Ramos.
En el lado opuesto de la
bóveda, aparecen a la izquierda la Crucifixión, y más cerca del altar las tres
Marías delante del Sepulcro.
La iglesia está protegida
como Bien Cultural de Interés Local. Por su situación en el rerepaís queda lejos de las multitudes
que abarrotan el litoral, y la modestia de su propuesta pictórica la protege de
curiosidades excesivas por parte de los circuitos turísticos.
Casi lo mismo cabe decir
de la gran abadía de Sant Miquel de Fluvià, a muy poca distancia del núcleo de
Sant Tomás. Necesidades defensivas aparecidas a finales del s. XIV (la guerra
del Empordà, que enfrentó a los condes de Empúries y de Armagnac con el rey
Cerimoniós) provocaron el derribo del claustro anejo para excavar de forma
apresurada un foso defensivo, y algunos aditamentos bélicos en la cubierta: almenas,
un matacán. El esplendor de la torre cuadrada subsiste intacto.
Abadía de Sant Miquel de Fluvià. Vista
de conjunto.