Vista aérea del embalse de Ricobayo
(Zamora), sobre el río Esla.
Ni son lecturas apropiadas
para estos calores, ni yo soy siquiera medianamente competente en temas energéticos. Lo sé, y demando humildes disculpas; pero es lo que hay.
Justamente en el momento en que ─por ley que se vendió, estando el PP en el gobierno,
como un “remedio” eficaz para rebajar la factura de la luz─ el precio del
kilovatio/hora está alcanzando récords antes nunca vistos, la empresa eléctrica
Iberdrola ha vaciado por lo menos dos embalses, el de Ricobayo, Zamora, hasta un
70% de su capacidad, y el de Valdecañas, Cáceres, no tengo información de en
qué porcentaje.
Lo ha hecho con el fin de
facilitar el turbinaje y generar energía a coste mínimo, en un momento en el
que la energía se cotiza carísima. Una jugada maestra desde el punto de vista bolsístico,
aunque hace desaparecer de un plumazo las reservas hídricas de zonas de nuestra
geografía especialmente sensibles, cuando el agua para el consumo humano es más
necesaria que nunca, y el riesgo de incendios es más alto incluso que el precio
del kilovatio.
Teresa Ribera, ministra
para la Transición Ecológica, ha calificado el hecho de “escandaloso”. El
portavoz de Iberdrola ha replicado que se trata de una acción “legítima”, y ese
mínimo lapsus (habría bastado afirmar que se trata de una acción “legal”, es decir
no contradictoria con la ley vigente) me hace sospechar que se cruzó por el caletre del preboste empresarial la idea extravagante de que su
compañía actuaba en “legítima defensa”. No están muy contentas las eléctricas
con el actual gobierno, y viceversa. Curiosamente, Pablo Casado anda exigiendo
la dimisión del gobierno y la convocatoria de elecciones a cuenta de la
insoportable carestía de la luz. Casado, como es habitual en él, se disfraza de
noviembre. Un sueco recién aterrizado en Madrid, al oírle, podría pensar que es
un defensor del pueblo que ataca al gobierno por su colusión con las empresas eléctricas,
que tienen características de conglomerado multinacional en régimen de
oligopolio.
El sueco imaginario se
equivocaría de medio a medio: sucede exactamente lo contrario. Casado convoca a
las eléctricas y a todos los poderes oligopolísticos de nuestra economía al
acoso y derribo del gobierno. Lo que predica en realidad es que el capital global
debe ejercer su libertad irrestricta, y que los paganos deben seguir pagando de
todas las formas posibles, cornudos y además contentos.
He aquí que otro Pablo,
Echenique, situado en posiciones más o menos simétricamente contrarias al
anterior, sale a la palestra con un emplazamiento drástico al gobierno en
asunto tan turbio. Pero es que Echenique es un populista puro, y en eso se
parece a Casado. Los dos han percibido en el grosor de la factura de la luz un
atajo para alcanzar otros fines; los fines difieren, pero los medios son
sospechosamente parecidos. El discurso de Echenique es siempre chapucero, pero
en esta ocasión va a caer de cuatro patas en la emboscada tendida al alimón por
Iberdrola y Casado. Los dos han hecho en este tema como el Cardenal Cisneros
(me refiero al eclesiástico, no al coñac) en una ocasión histórica, cuando
abrió una ventana de la sala de negociación para que sus interlocutores vieran,
en realidad analógica y palpable, los Tercios formados en el patio de armas, y
explicó con sencillez: «Estos son mis poderes.»
Después de atizarnos en el
colodrillo con el Constitucional a propósito del estado de alarma por la
pandemia, Casado envía ahora al frente de batalla a Iberdrola para una
escaramuza envolvente sobre la propiedad del agua que bebemos. La empresa habrá
extraído un beneficio jugoso e inesperado con su vaciamiento de embalses, no se
discute, pero sí es dudoso que haya tomado esa medida solo por la pasta. La
ganancia no es tanta, de todos modos, en la cuenta de resultados de la
compañía. Esto va más bien de demostrar de lo que son capaces.
Lo cual ha hecho considerar
al gobierno la posibilidad de crear una eléctrica pública. Bienvenida sea la idea,
si todos somos conscientes de que no va a ser la panacea. Una empresa eléctrica,
pública o no, debe poder generar electricidad, y eso no se improvisa. Los
grandes embalses son propiedad del Estado que los construyó, el cual ha concertado
con empresas privadas su gestión. En los próximos diez años, treinta embalses han
de revertir a manos públicas, que habrá de decidir si renueva las concesiones,
las prorroga o las cancela.
Existe, entonces, una
posibilidad a medio plazo de ir conformando una empresa generadora de energía
de titularidad pública, sobre la base de la energía hídrica, que ni estará enteramente
en manos públicas ni supone de todos modos un gran porcentaje del total; y
promover la creación de nuevas empresas “limpias” capaces de ir cubriendo poco
a poco el espacio que hoy ocupan los oligopolios que manejan el mercado de los
combustibles fósiles, carbón, petróleo y gas natural.
Por supuesto, es más rápido el recurso de cambiar la ley por votación parlamentaria. Yo me tentaría cuarenta veces la ropa antes de intentarlo, por el simple hecho de que es el terreno al que desea llevarnos el PP. ¿Están ustedes seguros de cómo votarán el PNV y ERC, formaciones de las que depende la actual mayoría?
Háganse, sin embargo, todos los esfuerzos posibles también en ese sentido. El planeta nos agradecerá
cualquier alivio a la tenaza de los defensores a ultranza de las energías contaminantes. Para decirlo todo, el planeta agradecerá incluso el mínimo
esfuerzo de tantos voceras que despotrican del gobierno por no abaratar a golpe
de decreto el recibo de la luz, porque “no pueden vivir” sin el acondicionador
de aire a tope en los meses de calor. Son tontos, es el caso de decirlo, y
además en su casa no tienen botijo. Desprecian el botijo, esa creación cultural varias veces milenaria, ya ven.
El remedio a la carestía
energética tardará, y, lo que es más importante aún, precisará de la confianza sostenida de
la ciudadanía en una opción de progreso “de fondo”, a largo plazo, descartando
los sofismas de barra de bar, de “esto lo arreglaba yo en menos de cinco
minutos”, porque en el mundo complejo en el que vivimos las cosas nunca son fáciles.