Relámpagos de agosto
Él es Joe Biden, desde
luego, imposible no reconocerlo en esa pose de millonario leal y enteramente
digno de confianza. De ella, la verdad, no recuerdo el nombre, me parece que
venía de algún país del Asia Central que me sería difícil localizar en el mapa.
Ella acababa de casarse
con otro, pero Biden se la ganó al marido en una partida nocturna de billar, en
un casino de Las Vegas. Las cosas ocurren así en la alta política. Biden ofreció
un millón de dólares por una noche con ella. A la chica no le pareció mal, la
verdad, y el marido refunfuñaba, pero era mucho dinero y le venía de maravilla.
«Lo haré por ti», le prometió ella. «Sí, bueno, claro», replicó él no muy
convencido.
Después de una noche inolvidable
de amor y de lujo, Biden le dijo a la chica que ya podía volver con el marido.
«Pero yo quiero seguir contigo», dijo ella. «¿Sería hasta cuándo?», preguntó él,
hojeando con parsimonia su agenda. «Hasta siempre», aseguró ella, «esto va muy en
serio, cariño.»
Fue entonces cuando llegó
el anticlímax. «Me parece perfecto, pero lamentablemente tengo un compromiso en
otro lado», explicó Biden. No parecía nervioso. Pidió un taxi, que se alejó por
la avenida que llevaba al aeropuerto donde esperaba su jet privado.
El jet despegó, rumbo a
Washington. Ella seguía aún en la habitación del hotel, sin saber qué hacer.