miércoles, 11 de agosto de 2021

DOS CABEZOTAS

 Relámpagos de agosto

 


Un momento tenso en la mesa de negociación. Yo iba de amigable componedor, y recibí leña de los dos bandos. Miren qué cara se me quedó, soy el del fondo a la derecha, al lado del centurión de guardia.

 

Vale que salió mal todo lo que podía salir mal, pero margen para la negociación lo había, y más que suficiente.

Para empezar, no era buena idea plantar una pirámide más en el Delta. La economía no se recupera necesariamente sobre la base de amontonar infraestructuras, y el Delta estaba prácticamente abarrotado, una pirámide más significaba acabar con los cultivos de hortalizas y con la industria del papiro, a la que todos los expertos coinciden en augurar un gran futuro, ahora que cada vez más gente se está aficionando a escribir.

También estaba la precariedad laboral, que afectaba en gran manera a las Doce Tribus. Te hacen un contrato eventual por una pirámide o dos, y cuando te quieres dar cuenta te han dejado en la orilla del puto Nilo, sin indemnización ni seguridad social. Un cuadro, y Doce Tribus son muchas bocas que alimentar.

Pero Moisés pudo jugar mejor sus cartas. Cabezón era Faraón, pero Moisés no le andaba a la zaga. Su tarabita era el Éxodo a la Tierra Prometida. Qué Tierra Prometida, hombre, si para llegar se necesitaban cuarenta años de desierto puro y duro.

“Yaveh proveerá y hará llover el maná sobre nosotros”, aseguraba Moisés. El maná fue siempre una leyenda urbana, como el Bulli. Todo se reducía a cocinar saltamontes. Los deconstruían y hacían esferificaciones, de acuerdo, pero eran saltamontes, nada de haute cuisine. Yo estoy en eso con Faraón, que sostiene que un chuletón al punto es imbatible.

Bueno, pues el uno se fue al desierto y el otro se tragó una detrás de otra las siete plagas, y aun tuvo suerte del doctor Simón, que sin él habrían sido catorce, o más.

Por no hablar del Ángel de la Muerte, que recorría con una espada flamígera las calles de Tebas después del toque de queda, amparado en una sentencia del Constitucional.

La negociación naufragó. Para postres, Faraón perdió todos sus carros en una riada, y a Moisés se le extravió en la travesía del Sinaí el Barça de la Alianza, su mejor arma.

Perdió el uno, y perdió el otro. Por cabezotas. El uno le tenía tirria a Osiris y el otro no podía ver al Messías. ¿Y qué, oigan? Pelillos a la mar. Osiris envejeció muy pronto, y el Messías emprendió su Éxodo particular al París Saint-Germain, y no se le vio más el pelo.