Detalle de la jamba derecha del portal
de la catedral de Altamura, Puglia. Corresponde a la mitad de una Anunciación.
El Ángel está en la jamba izquierda, y todo aquel que cruza la puerta del
recinto sagrado se cruza también con el Espíritu Santo que vuela, cumpliendo
órdenes, en dirección a la doncella que lo seguirá siendo incluso después del
parto. La foto es de Carmen Martorell, a ruego mío.
Toda la anécdota es muy
conocida: quiero decir el ángel, el espíritu que fecunda a la virgen “ancilla Domini”, y el “hágase en mí
según tu palabra”. Me detengo en el libro, por dos razones: la primera, porque es
un anacronismo, no existía ─no podía existir─ en la situación original; la segunda,
porque aparece suspendido en el aire. Levita.
No existían libros de este
porte en Nazaret, año 1. Cuando fue labrado el portal de Altamura, ya avanzado
el siglo XIV, eran una novedad rabiosa. Recuerden que Gutenberg aún no había
nacido, que los libros se recopiaban en los scriptoriums,
se miniaban y se confeccionaban
artesanalmente, protegiéndolos entre tapas de cuero a menudo fileteadas de oro
y trabajadas como joyas. Solo disponían de tales artículos de lujo personas con
una alta capacidad adquisitiva, que por lo general encargaban su confección a
artesanos itinerantes, muy escasos y muy hábiles, que eran invitados a las
cortes de los reyes y los nobles.
La presencia del libro en
la escena tiene una intención ejemplarizante. Se trata de hacer visible para el
vulgo que, en un instante tan excepcional de su vida, María está concentrada en
sus rezos, y no atenta a su placer.
Pero además el librito de
oraciones era un símbolo de estatus en el Trecento, y quizás es esa la razón última
de que el ejemplar abierto en el aire (o sostenido por un soporte invisible, al
que el escultor no da ninguna importancia) que lee María, levite ante la Virgen
con un realismo apabullante, de forma que todo su pequeño volumen sobresale de
la piedra en un audaz "escorzo" (no sé de qué otra forma llamarlo) en altorrelieve.
El libro levitante, las
manos cruzadas, la sonrisa inefable, los pliegues dulces del vestido casto, el
sagrario esbozado con dos columnas que sostienen un arco lobulado con motivos
vegetales. Esta es una de mis representaciones favoritas de María, dócil y
enigmática, trascendiendo en su persona el misterio que la traspasa sin
tocarla.