martes, 17 de agosto de 2021

CIEGOS QUE GUÍAN A OTROS CIEGOS

 


Pieter BRUEGHEL el Viejo, ‘Parábola de los ciegos’ (1568). Museo de Capodimonte, Italia.

 

En estas estamos que retrocedemos apresuradamente desde la Modernidad hacia la Edad Media. Lo he expresado así en el muro de mi amigo de Facebook (y de muchos lugares más) José Luis López Bulla: «Del estado de derecho a los reinos de taifas, por el túnel del tiempo aceleradamente en marcha atrás. Cartagena, estación términi.» (José Luis había escrito una entrada en su blog, a partir del barrunto de que el “modelo para armar” preferido en la presente coyuntura política es el cantón de Cartagena, o alternativamente el ¡viva Cartagena!)

El cantón mismo en el cual se encuentra Cartagena ha dado señales de vida de inmediato. Sus mandatarios han declarado que llevarán a los tribunales a la ministra Ribera y al jefe del gobierno Pedro Sánchez, por su “inacción”, que ha desembocado en la catástrofe ecológica reciente (una más) ocurrida en el Mar Menor. La taifa murciana no contempla en ningún caso como punible su propia manga ancha con los vertidos; pero sí le parece indignante que desde Madrid no les hayan prohibido prohibir los tales vertidos. Ahí, en lo más alto de la pirámide jerárquica, es donde hay que buscar las responsabilidades de los malos usos de los gobernantes taiferos.

Cunde la confusión por todas partes; pero es una confusión interesada. Se está atando laboriosamente al gobierno de pies y manos, desde el bloqueo del Parlamento hasta la amable disposición del Poder Judicial a liar la troca más todavía. Y finalmente, el responsable de todo ese pimpampum contra el Gobierno, es… ¡oh sorpresa, el propio Gobierno!   

Participo de la perplejidad que describe de forma sobria José Luis López Bulla. Me encuentro sumido en su mismo y angustioso desconcierto. En busca de una comprensión más precisa de las claves de lo que está ocurriendo, he empezado a releer el manuscrito de Adso de Melk que trata de lo que ocurrió en los últimos meses del año 1328 en una cierta abadía situada en algún lugar del noroeste de la actual Italia. (El nombre de la rosa, Umberto Eco, Lumen 1983, traducción de Ricardo Pochtar.)

Y este es el análisis de Adso sobre su propia época, en alguna medida trasplantable también a la nuestra. Figura en el Prólogo de la historia, pág. 22.

«Los hombres de antes eran grandes y hermosos (ahora son niños y enanos), pero esta es solo una de las muchas pruebas del estado lamentable en que se encuentra este mundo caduco. La juventud ya no quiere aprender nada, la ciencia está en decadencia, el mundo marcha patas arriba, los ciegos guían a otros ciegos y los despeñan en los abismos, los pájaros se arrojan antes de haber echado a volar, el asno toca la lira, los bueyes bailan, María ya no ama la vida contemplativa y Marta ya no ama la vida activa, Lea es estéril, Raquel está llena de lascivia, Catón frecuenta los lupanares, Lucrecio se convierte en mujer. Todo está descarriado.»

No sé, parece tan moderno y tan adecuado eso de los ciegos, el asno músico, los bueyes que bailan y Catón, supremo censor, yéndose de putas, que me cuesta echar el freno a la imaginación y recordar que Adso de Melk vivió en el siglo XIV y no pudo haber conocido a nuestros líderes y lideresas.