jueves, 5 de agosto de 2021

AMAR LA BOMBA

 


Imagen reciente del incendio de Atenas.

 

El título original completo de aquella película de Stanley Kubrick era “Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb”. Traducido a la lengua de Cervantes y Toni Cantó: “El doctor Amor Extraño: o cómo aprendí a no preocuparme de nada y amar la bomba”. En las carteleras le dieron el título impactante y engañador de “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú”. Parecía una de hazañas bélicas, y era todo lo contrario, una de hazañas antibélicas (frustradas).

Ahora que ha quedado atrás la política de la deterrence (disuasión) y la eventualidad de un holocausto nuclear, ahora precisamente estamos aprendiendo a amar la bomba. Han venido tres avisos muy serios: el crac de las finanzas globales; la pandemia que fue imposible parar porque contravenía las libertades individuales (doctrina reciente del Constitucional); y el agravamiento catastrófico del cambio climático, contra el que todo el mundo alerta pero del que nadie hace caso salvo para echar la culpa al gobierno, o alternativamente a Pablo Iglesias que ya no está en el gobierno, y últimamente a Ada Colau, convertida en el perejil de todos los guisos envenenados.

La salida de la crisis tiene que ser rápida, en eso parecen estar todos de acuerdo. La ecología, señora muy respetable, habrá de convivir con la economía, y la economía va a seguir midiéndose por el PIB, un indicador trufado de trampas amorosamente colocadas en beneficio propio por la misma élite financiera que fracasó con estrépito en 2008 pero sigue ahí, impertérrita, asegurando, como Rodrigo Rato: «No he sido yo, ha sido el mercado».

El mercado es intocable pase lo que pase, y la economía de mercado es la bomba que nos va a destruir y que estamos aprendiendo a amar. Estamos dispuestos a destruir valores ecológicos insustituibles, pero lo haremos con una moderación ejemplar, porque llevamos puestas las luces largas para atisbar, dentro aún del túnel como estamos, la salida anhelada que consistirá en el crecimiento ejemplar del PIB y el reparto equitativo de beneficios entre grandes y pequeños accionistas.

Nuestro cerebro es un reloj que no funciona y además se ha detenido a una hora equivocada, según metáfora utilizada por Theodor Kallifatides en “Otra vida por vivir”.

De modo que, mientras aguardamos impacientes la luz al final del túnel, entretenemos la espera despotricando de Pablo Iglesias y de Ada Colau, quizá porque ellos no aman la bomba lo suficiente.

Tanta expectación por la salida del túnel es desmesurada. Lo que se encuentra en el otro lado es el fin del mundo.