Talibanes. (Fuente, Diario de
Noticias)
La chos' ne me gên' pas mais le mot me dégoûte
G. BRASSENS, “S’ faire enculer”
En las previsiones de la
CIA, los talibanes tardarían unos tres meses en entrar en Kabul. Los expertos yanquis pensaron en una fuerte resistencia popular, que finalmente sería vencida; pero esa
resistencia no ha aparecido por ninguna parte. Tal vez pensaron incluso
─supongo─ que las mujeres afganas lucharían por sus libertades, en lugar de
rezar fervientemente para que “otros” dieran la cara por ellas. No digo que las
mujeres afganas tengan la culpa de lo que les pueda pasar; no más que los
varones afganos, seguramente algo menos. La situación es indignante, pero no
diferente de lo que está ocurriendo desde hace tiempo en Irán, en Arabia Saudí
o en los Emiratos, en uno de los cuales sigue instalado a pan y manteles
nuestro inefable Campechano. La situación de las mujeres en Afganistán no será muy
diferente de la que les ha cabido en suerte en otros países del área, incluso de
otras áreas geopolíticas y con otras religiones predominantes.
El asunto repugna sobre
todo por el porte decididamente desastrado que vemos en los talibanes. No se
afeitan, no se duchan y van vestidos con andrajos. Nuestros compatriotas de Vox
piensan de forma parecida en casi todo, pero usan desodorante y visten de Gucci
o similar, de modo que muchas barbaridades se les perdonan con un simple “Ya
sabes cómo las gasta Santiago, pero en el fondo es pan bendito”.
Han dicho los talibanes
que se moderarán, pero eso sí, siempre en el contexto de la ley islámica. A
mucha gente eso le ha parecido lo más horrible de todo. ¿Por qué? Quiten de en
medio el símbolo ─para unos la cruz, para otros la media luna─, y lo que dice
el ayatollah viene a ser lo mismo calcado que sostienen en sus homilías el
cardenal Cañizares o el obispo de Granada. La mujer, la pata quebrada y en
casa; modesta en el vestir, parca en el hablar, gacha la cabeza, cuidadosa de no
provocar los apetitos comprensibles de los atribulados varones siempre proclives
a empinarse. Etc. De la cocina a la iglesia (en su caso, a la mezquita), y de
la iglesia o mezquita a la cocina, disimulando sus formas corporales bajo
ropajes holgados, los cabellos recogidos y ocultos por el velo o la tradicional
mantilla, el rostro protegido por el hiyab o la socorrida mascarilla. Les taparían
también los ojos ─aberturas por las que acostumbra colarse Satanás─, de no ser
por las morradas que se darían las pobres con el quicio de la puerta, y luego
cómo se lo explicas a la jueza que ya te tiene tirria por dos o tres veces que
se te ha ido la mano.
Para los talibanes y para
Vox no existen los crímenes de género, hay varones que matan a mujeres y
mujeres que matan a varones, aleatoriamente, así son las cosas, tal y como van
para el talibán. Habladles de estadísticas significativas y os contestarán que
no creen en las estadísticas, y de todos modos ninguna estadística es
significativa, sino solo lo es la voluntad de Alá/Dios.
Los varones de Vox no decapitan
a sus mujeres, salvo casos excepcionales y siempre, supongo, debidamente justificados;
pero lo que es matarlas, las matan, a la menor infidelidad o sospecha de
infidelidad, o simplemente porque la cena no estaba preparada a su hora. Eso de
la decapitación es solo una curiosidad típica de algunos lugares, un rasgo de
folklore, nada más.
Pablo Casado pedirá
cuentas en el Parlamento a Pedro Sánchez por su inaceptable inacción en el
asunto de Kabul. Se sospecha que Biden jamás habría retirado a las tropas que
defendían la civilización cristiana en Afganistán, de no haber intervenido Borrell
para forzarle la mano. Con Biden ha sido fácil, todo el mundo sabe que es un
Nicodemo. Donald Trump, en cambio, nunca se habría marchado de Kabul.
Les habría abierto él
mismo la puerta de la capital, eso sí; es sabido que a Donald le caen de maravilla
los talibanes.