viernes, 27 de agosto de 2021

LA CANCIÓN DEL PIRATA JUDICIAL

 


Atenas desde el aire. En primer término el Odeón de Herodes Ático, recostado en la roca de la Acrópolis. Al fondo, el monte Licavittos emerge entre el caserío de la capital.

 

Han rendido sus pendones cien naciones a mis pies,

y yo me cisco en la ONU y en su dictamen después.

(‘La canción del Supremo’, José de ESPRONCEDA y YO)

 

He atravesado Europa en un leve salto, y me ubico desde ayer a primera hora de la tarde en la aglomeración de Atenas. Me encuentro a un huso horario de España, y además el wifi de la visita anterior no me funciona. Parece que, en el escalón tecnológico en el que nos encontramos, se trata de inconvenientes que no tienen apenas importancia; pero cuando los ves de cerca, asustan.

Les voy a poner un ejemplo práctico, me he enterado casi al mismo tiempo del dictamen del comité de derechos humanos de la ONU sobre el juicio al juez Baltasar Garzón, y de la respuesta del Tribunal Supremo.

Les haré una breve síntesis del tema, por si no están al tanto, ¡ha sido todo tan rápido!

Por allí el comité de la ONU dice que la sentencia del TS fue injusta, por las razones equis y be, y Garzón debe ser resarcido en un término máximo de seis meses; por aquí el TS responde que ese dictamen no le vincula. Seguirá en sus trece. El juez Marchena no ha pedido todavía la extradición del comité de derechos humanos de la ONU para ser juzgado por intento de sedición judicial con contumacia, pero todo es cuestión de un par de güisquis más en el after hours, y de que alguien le desafíe: «Marchenilla, jodío, no tienes tú cojones para hacer eso». Nuestro Supremo es muy chulo y muy suyo, y no va a aguantar así como así impertinencias de un comité de mindundis.

En serio, ¿tiene algún recorrido la posición de nuestro poder judicial casi enteramente caduco y además caducado? ¿Es creíble que se ponga a la ONU por montera? El TS ha emitido una nota diciendo que solo se avendrá a rectificar una sentencia condenatoria si así lo decide el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de La Haya. ¿Quiere eso decir que considera diferentes los derechos humanos y las libertades fundamentales que se defienden en la ONU y en la UE, y que espera una sentencia más amistosa y comprensiva aquí que allá? ¿Qué sentido tiene agotar un itinerario judicial dudoso cuando está tan claro el fondo de la cuestión, cuando no hay ningún argumento jurídico sostenible para motivar la posición de un colectivo entronizado como la máxima autoridad de uno de los poderes democráticos de este país?

Ahora que ya han calibrado ustedes la desubicación en que me encuentro aquí, en el corazón vivo de nuestra civilización y al pie del Partenón, añadiré que nunca sentí tanto calor este verano salvo tal vez durante diez minutos en aquel día en que estuvimos en la cresta de la ola; pero ha sido gozoso volver a ver el Licavittus en su lugar, el golfo Sarónico abajo, y recorrer los puestos del mercadillo semanal de Egáleo para comprar calabacines, tomates, pimientos y aceitunas aliñadas. En To Piperi hemos comprado naranjas confitadas (deliciosas en un tazón con yogur griego-griego) y pistachos tostados sin salar.

De los incendios, nos han contado los vecinos que la mascarilla anti-covid evitaba que se respiraran las cenizas suspendidas en el aire, que el humo lo cubría todo, que los fuegos cercanos resplandecían en la noche.

Y de la pandemia, que según una ley nueva que entrará en vigor el 13 de septiembre, los trabajadores que no se hayan vacunado las dos veces serán castigados con suspensión de empleo y sueldo. Hasta que aporten el certificado correspondiente.

Por supuesto, la medida ha sido denunciada en todos los tonos como una vulneración de las libertades individuales. Las libertades individuales son tan intocables para algunos como las sentencias de nuestro Supremo. Y allá que van ellos, con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela.