Atenas desde el aire. En primer
término el Odeón de Herodes Ático, recostado en la roca de la Acrópolis. Al
fondo, el monte Licavittos emerge entre el caserío de la capital.
Han rendido sus pendones cien naciones a mis pies,
y yo me cisco en la ONU y en su dictamen después.
(‘La canción del Supremo’, José de ESPRONCEDA y YO)
He atravesado Europa en un
leve salto, y me ubico desde ayer a primera hora de la tarde en la aglomeración
de Atenas. Me encuentro a un huso horario de España, y además el wifi de la
visita anterior no me funciona. Parece que, en el escalón tecnológico en el que
nos encontramos, se trata de inconvenientes que no tienen apenas importancia;
pero cuando los ves de cerca, asustan.
Les voy a poner un ejemplo
práctico, me he enterado casi al mismo tiempo del dictamen del comité de
derechos humanos de la ONU sobre el juicio al juez Baltasar Garzón, y de la
respuesta del Tribunal Supremo.
Les haré una breve
síntesis del tema, por si no están al tanto, ¡ha sido todo tan rápido!
Por allí el comité de la
ONU dice que la sentencia del TS fue injusta, por las razones equis y be, y
Garzón debe ser resarcido en un término máximo de seis meses; por aquí el TS
responde que ese dictamen no le vincula. Seguirá en sus trece. El juez Marchena
no ha pedido todavía la extradición del comité de derechos humanos de la ONU
para ser juzgado por intento de sedición judicial con contumacia, pero todo es
cuestión de un par de güisquis más en el after
hours, y de que alguien le desafíe: «Marchenilla, jodío, no tienes tú cojones
para hacer eso». Nuestro Supremo es muy chulo y muy suyo, y no va a aguantar así
como así impertinencias de un comité de mindundis.
En serio, ¿tiene algún
recorrido la posición de nuestro poder judicial casi enteramente caduco y
además caducado? ¿Es creíble que se ponga a la ONU por montera? El TS ha
emitido una nota diciendo que solo se avendrá a rectificar una sentencia condenatoria
si así lo decide el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de La Haya. ¿Quiere
eso decir que considera diferentes los derechos humanos y las libertades
fundamentales que se defienden en la ONU y en la UE, y que espera una sentencia
más amistosa y comprensiva aquí que allá? ¿Qué sentido tiene agotar un
itinerario judicial dudoso cuando está tan claro el fondo de la cuestión,
cuando no hay ningún argumento jurídico sostenible para motivar la posición de
un colectivo entronizado como la máxima autoridad de uno de los poderes
democráticos de este país?
Ahora que ya han calibrado
ustedes la desubicación en que me encuentro aquí, en el corazón vivo de nuestra
civilización y al pie del Partenón, añadiré que nunca sentí tanto calor este
verano salvo tal vez durante diez minutos en aquel día en que estuvimos en la
cresta de la ola; pero ha sido gozoso volver a ver el Licavittus en su lugar,
el golfo Sarónico abajo, y recorrer los puestos del mercadillo semanal de
Egáleo para comprar calabacines, tomates, pimientos y aceitunas aliñadas. En To Piperi hemos comprado naranjas
confitadas (deliciosas en un tazón con yogur griego-griego) y pistachos
tostados sin salar.
De los incendios, nos han
contado los vecinos que la mascarilla anti-covid evitaba que se respiraran las
cenizas suspendidas en el aire, que el humo lo cubría todo, que los fuegos
cercanos resplandecían en la noche.
Y de la pandemia, que
según una ley nueva que entrará en vigor el 13 de septiembre, los trabajadores
que no se hayan vacunado las dos veces serán castigados con suspensión de
empleo y sueldo. Hasta que aporten el certificado correspondiente.
Por supuesto, la medida ha
sido denunciada en todos los tonos como una vulneración de las libertades
individuales. Las libertades individuales son tan intocables para algunos como
las sentencias de nuestro Supremo. Y allá que van ellos, con diez cañones por
banda, viento en popa a toda vela.