Enric Juliana
afirma en lavanguardia que Cataluña no tiene solución. «Abandonad toda
esperanza: no hay solución», concluye su soneto a la fatalidad de las cosas,
pero ahí coloca un estrambote intrigante: «Solo desde una radical ausencia de
solución puede que algo cambie.»
Como no soy experto
en descifrar los cantos de la Sibila, paso página y en el blog Metiendo bulla
(una lectura y una inspiración diaria), encuentro la expresión de una discreta
duda metódica, «¿Cataluña tiene solución?» (1), con algunas razones para no
caer en el desánimo absoluto. Entre tales razones, una en particular me parece
indicada para resolver el jeroglífico final de Juliana. Este había hablado en
su artículo de una “relación de fuerzas anímicas”, y López Bulla retruca con
fuerza: «una opinión pública activa y fuertemente sensibilizada quiere que haya
soluciones.»
Este podría ser
(Bulla no se atreve a asegurarlo, yo tampoco) el descorchador del gigantesco
tapón formado por la voluntad rígida del govern
Torra-Artadi-Puigdemont de no aceptar ningún diálogo que no conduzca al
final imposible de la independencia por pebrots,
sumado a la actitud vindicativa de Aznar-Rivera-Arrimadas, que exigen exterminar
a los disidentes y castigar con severidad a todos los culpables próximos o remotos.
Por ninguna de las dos partes se dibuja un futuro de concordia y de armonía.
En busca de una
tercera opinión sobre el tema, buceo en la entrevista a Joan Coscubiela llevada
a cabo por el sevillano Javier Aristu, con apoyo logístico de los catalanes
Javi Tébar Hurtado (2) y mío propio, recién aparecida en Pasos a la Izquierda
nº 13 (3). Dice Coscubiela varias cosas que me parecen de un gran interés: una,
que este será sin duda un conflicto largo y espinoso, pero que nuestra generación
está ya acostumbrada a perder batallas una tras otra, y ganar en cambio guerras
de fondo (desde la fecha de nuestro nacimiento se vive bastante mejor en este
país, en todos los sentidos). Dos, que el encostrado problema de Cataluña es la
variante local de un conflicto de naturaleza social mucho más extenso y grave, de
dimensiones globales más que internacionales. Tres, que la conclusión definitiva
del conflicto en positivo o en negativo dependerá del “trayecto” que elijamos
seguir para su solución desde los partidos y los movimientos sociales de la
izquierda plural. O bien situamos el remedio a largo plazo de nuestros
sinsabores en la perspectiva institucional más amplia de una Unión Europea
reforzada en sus planteamientos sociales y solidarios hacia dentro y hacia
fuera, o bien buscamos el retorno a las viejas certezas en el interior de las
murallas de los estados-nación, y nos conformamos de ese modo con una dura condena
a cien años de soledad. Sin metáfora.
(2) Aristu y Tébar
están organizando a fecha de hoy una confluencia de catalanes y andaluces para
superar situaciones de incomprensión mutua y apuntar a futuras sinergias y
soluciones válidas para todos y entre todos. Bulla lo menciona a partir de una cita
de Jordi Amat, uno de los conjurados. Es un ejemplo de movimiento de una “opinión
pública activa y sensibilizada” que debería poder extenderse también a otras
latitudes, en búsqueda compartida y tozuda de esas soluciones “que no existen”.
Tendré ocasión de hablar, y ustedes de leer, bastante más en esta bitácora sobre
el acontecimiento en cuestión.