domingo, 1 de julio de 2018

LA AUTOCRÍTICA DEL NARCISISTA


Los cuarteles generales soberanistas catalanes (hay varios) están emitiendo en estos días mensajes autocríticos en relación con el fallido asalto a los cielos intentado el pasado primero de octubre (1-O). Son, me apresuro a decirlo, autocríticas de chichinabo, que conceden una legitimidad incuestionable y no revisable a lo que fue un mero acto propagandístico (puesta de urnas opacas, censo opaco también, vote cada cual donde quiera o pueda, falta de garantías en cuanto a los recuentos y a los resultados) pero de ninguna manera una consulta democrática con los requisitos comúnmente considerados imprescindibles para su validez.
Ahora Oriol Junqueras reivindica para Esquerra la “gloria” del 1-O, mientras que Carles Puigdemont y Quim Torra apuestan por el diálogo bilateral (Cat – Esp) a la espera de la aparición de otra “ventana de oportunidad” para volver a las andadas, y Elsa Artadi confirma de manera inequívoca que el tal diálogo es un expediente, no para llegar a un consenso desbloqueador del impase, sino para acceder a la independencia por la vía de la pedagogía. Si tal diálogo fracasa, como es de temer, Elsa no descarta… eso, volver a las andadas, precisamente.
Se puede llamar “autocrítica” a ese género de explicaciones, del mismo modo que se puede llamar “referéndum decisorio” a lo que ocurrió el 1-O. Todo es cuestión de etiquetas. También es posible conseguir que la parroquia comulgue con ruedas de molino. Allá ella con sus digestiones, luego.
Un documento reciente me llama la atención, sin embargo, por la frescura con la que plantea las raíces últimas de la posición soberanista. Su autor es Jordi Sánchez, que fue dirigente de la ANC, encarcelado en Estremera, y elegido sucesivamente diputado en las listas de JxCat y presidente de dicho grupo parlamentario sin haber salido aún de su encarcelamiento preventivo, cuestión esta última que por mi parte lamento y critico tanto como cualquier otro.
Dice Jordi Sánchez (1) que “nuestro” error (de los soberanistas) ha sido buscar el amor y el reconocimiento de España, cuando, por la fuerza de las cosas, lo único que “hemos” obtenido históricamente de la otra parte contratante ha sido la tolerancia, que ni nos sirve ni deseamos para nada. Y la autocrítica, por llamarla de alguna manera, que apunta a un error político llevado en alas de un deseo tan grande de ser amados por unas cualidades “indiscutiblemente superiores”, se amplía aun a otro pecado capital. No puedo expresarlo mejor que reproduciendo sus palabras: «Obsesionados en gustar y seducir, nos olvidamos de intentar entender cómo era, de verdad, esta España. Un olvido reforzado por la íntima convicción de una excelencia, competencia y modernidad nuestra, que creemos indiscutiblemente superior. Un pecado de vanidad.»  
Pecado de vanidad, obviamente, y pecado flagrante de narcisismo ilimitado. Solo puede llegarse a ese grado supremo de satisfacción por haberse conocido mediante el ejercicio continuado de mirarse el ombligo con tanta insistencia que llegue a la terquedad.
Auguro escaso recorrido al nuevo diálogo institucional para resolver el encaje de Cataluña en España. Más que para la política, este parece ser un asunto para la terapia psicoanalítica.