Fui el primero ─creo─
en señalar la existencia de una conspiración política contra la selección
española de fútbol, la Roja, y la voluntad, decidida al alimón desde las covachuelas
de Génova y el palco de honor del estadio Bernabéu, de que este no fuera el
Mundial de Pedro Sánchez.
Ahora que ─tal y
como anuncié ─ la Roja regresa a casa de vacío y se cierra un ciclo, el único
ciclo triunfal del fútbol español de selección después de cuarenta años de
franquismo, cuarenta años de postfranquismo, cuarenta años de democracia sin
adjetivos y cuarenta más de pertinaz sequía, creo que conviene decir que la
derrota se explica perfectamente sin salir del rectángulo de juego ni recurrir
a factores extrínsecos tales como conspiraciones de vodevil, mala maror en los
despachos, injerencias inadmisibles de los estamentos comprometidos y dedazo en
la composición de las alineaciones. «Fúbol es fúbol», como decía si no recuerdo
mal (y no estoy nada seguro de acertar con el personaje), Vujadín Boskov, un entrenador
de los tiempos del cuplé, en una tautología deliciosa que evocaba la de
Gertrude Stein (“Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa.”)
Es decir, la Roja
fue reconocible hasta el final en lo mejor y en lo peor. Tuvo posesiones del
75%, dio más de mil pases con una precisión en torno al 90%, se paseó
infinitamente por el balcón del área contraria, se gustó muchos ratos con Isco
llevando la manija del equipo en lugar de Iniesta. Y contemporáneamente no
profundizó, no creó peligro, no metió ni un solo gol (el que ascendió al
marcador fue contribución involuntaria de un defensa ruso) y prefirió, salvo
excepciones, maniobrar en las partes templadas del campo antes que en los
lugares donde se picaba el turrón.
Para emplear una imagen
estereotipada, nunca galopó y cortó el viento como la jaca que pasaba por el
Puerto caminito de Jerez, pero sí se adornó con los doce cascabeles de rigor.
Isco fue, en su línea habitual, el cascabelero mayor. Ponerle en el lugar de
Iniesta, el cual convendremos todos en que es un jugador serio incluso en sus
momentos menos afortunados, fue un error neto. Hierro puede alegar en su favor,
por haber cometido ese sacrilegio, que lo estaban pidiendo a grandes voces los
oráculos del As y de la Marca, que habían acreditado al retozón centrocampista
del Real Madrid con el título de MVP en el infumable partido con Marruecos, que
solo pudo resolverse en positivo gracias a una acción póstuma revisada por el
VAR.
Los oráculos del As
y de la Marca pretendían por su parte, como ha quedado explicado ya en estas
mismas páginas, clonar el victorioso Madrid de la Doce más Uno Champions en la Roja,
con el fin de centralizar y uniformizar a conveniencia las glorias deportivas
que campean por España.
Hay dos elementos,
sin embargo, con los que no contaron los tales oráculos: el primero es que una
parte importante del Madrid (Cristiano, Modric, Kroos, Marcelo) no es clonable
en la selección. Nacho, Asensio, Lucas Vázquez y en particular Isco no tienen
su misma jerarquía en el escalafón. El segundo elemento es que el Madrid incluso
cuajado de figuras internacionales se incrustó en la mediocridad durante buena
parte de la temporada pasada, y fue superado de largo por equipos de mucho
menor pedigrí. Quizás habría sido buena idea, entonces, sacar a relucir esa particular
correlación de estrellas en el partido final del Mundial, y ver qué pasaba;
pero no sirvió en los octavos de final.
No pretendo
insinuar que con una inoculación menor de madridismo en las filas de la Roja
habríamos salvado el obstáculo de Rusia. Fúbol es fúbol. Fernando Hierro
recurrió en su comentario post mortem a los “pequeños detalles”, a la mala
suerte y al hecho de que todo el grupo estuvo siempre unido como una piña y los
once elegidos salieron decididos a dejarse la vida en el campo. Los tópicos
siempre ayudan a sobrellevar los malos tragos.