lunes, 2 de julio de 2018

FÚBOL ES FÚBOL


Fui el primero ─creo─ en señalar la existencia de una conspiración política contra la selección española de fútbol, la Roja, y la voluntad, decidida al alimón desde las covachuelas de Génova y el palco de honor del estadio Bernabéu, de que este no fuera el Mundial de Pedro Sánchez.
Ahora que ─tal y como anuncié ─ la Roja regresa a casa de vacío y se cierra un ciclo, el único ciclo triunfal del fútbol español de selección después de cuarenta años de franquismo, cuarenta años de postfranquismo, cuarenta años de democracia sin adjetivos y cuarenta más de pertinaz sequía, creo que conviene decir que la derrota se explica perfectamente sin salir del rectángulo de juego ni recurrir a factores extrínsecos tales como conspiraciones de vodevil, mala maror en los despachos, injerencias inadmisibles de los estamentos comprometidos y dedazo en la composición de las alineaciones. «Fúbol es fúbol», como decía si no recuerdo mal (y no estoy nada seguro de acertar con el personaje), Vujadín Boskov, un entrenador de los tiempos del cuplé, en una tautología deliciosa que evocaba la de Gertrude Stein (“Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa.”)
Es decir, la Roja fue reconocible hasta el final en lo mejor y en lo peor. Tuvo posesiones del 75%, dio más de mil pases con una precisión en torno al 90%, se paseó infinitamente por el balcón del área contraria, se gustó muchos ratos con Isco llevando la manija del equipo en lugar de Iniesta. Y contemporáneamente no profundizó, no creó peligro, no metió ni un solo gol (el que ascendió al marcador fue contribución involuntaria de un defensa ruso) y prefirió, salvo excepciones, maniobrar en las partes templadas del campo antes que en los lugares donde se picaba el turrón.
Para emplear una imagen estereotipada, nunca galopó y cortó el viento como la jaca que pasaba por el Puerto caminito de Jerez, pero sí se adornó con los doce cascabeles de rigor. Isco fue, en su línea habitual, el cascabelero mayor. Ponerle en el lugar de Iniesta, el cual convendremos todos en que es un jugador serio incluso en sus momentos menos afortunados, fue un error neto. Hierro puede alegar en su favor, por haber cometido ese sacrilegio, que lo estaban pidiendo a grandes voces los oráculos del As y de la Marca, que habían acreditado al retozón centrocampista del Real Madrid con el título de MVP en el infumable partido con Marruecos, que solo pudo resolverse en positivo gracias a una acción póstuma revisada por el VAR.
Los oráculos del As y de la Marca pretendían por su parte, como ha quedado explicado ya en estas mismas páginas, clonar el victorioso Madrid de la Doce más Uno Champions en la Roja, con el fin de centralizar y uniformizar a conveniencia las glorias deportivas que campean por España.
Hay dos elementos, sin embargo, con los que no contaron los tales oráculos: el primero es que una parte importante del Madrid (Cristiano, Modric, Kroos, Marcelo) no es clonable en la selección. Nacho, Asensio, Lucas Vázquez y en particular Isco no tienen su misma jerarquía en el escalafón. El segundo elemento es que el Madrid incluso cuajado de figuras internacionales se incrustó en la mediocridad durante buena parte de la temporada pasada, y fue superado de largo por equipos de mucho menor pedigrí. Quizás habría sido buena idea, entonces, sacar a relucir esa particular correlación de estrellas en el partido final del Mundial, y ver qué pasaba; pero no sirvió en los octavos de final.
No pretendo insinuar que con una inoculación menor de madridismo en las filas de la Roja habríamos salvado el obstáculo de Rusia. Fúbol es fúbol. Fernando Hierro recurrió en su comentario post mortem a los “pequeños detalles”, a la mala suerte y al hecho de que todo el grupo estuvo siempre unido como una piña y los once elegidos salieron decididos a dejarse la vida en el campo. Los tópicos siempre ayudan a sobrellevar los malos tragos.