El censo válido
para las primarias del Partido Popular apenas ha alcanzado a la décima parte de
la supuesta afiliación. Y si ciframos en 6 millones la intención de voto presente
al PP (cálculo prudente; años atrás, el voto efectivo se situó mucho más
arriba), resultará que únicamente el uno por ciento de toda esa masa ingente de
ciudadanas/os habrá tenido el privilegio de definir, entre el ramillete
ofrecido, su preferencia por la persona que habrá de cargar en adelante con el nuevo
liderazgo.
Todo lo cual hace
que las conclusiones provisionales acerca de los resultados de las primarias de
ayer sean especialmente volátiles.
En cualquier caso, esa
fracción posiblemente significativa y en todo caso más movilizada de la militancia se ha
inclinado al alimón por una horquilla de posibilidades muy dispar: la menina y
el perdis, la galeota que lleva años en el sacrificio ímprobo de remar en busca
de la orilla, y el vivalavirgen que trae recuerdos borrosos del gran Josemari
pero que es en todo caso el hijo pródigo de la casa paterna, el chisgarabís
capaz de transmutar la asistencia a un par de sesiones de estudio en Aravaca
como un máster por Harvard.
Por el camino han
quedado rotos los sueños de Dolores de Cospedal, Miss Albacete, que lo fio todo
al tirón electoral de los tercios africanos y cantó a voz en cuello “El novio
de la muerte” coreada por su cohorte pretoriana de incondicionales (Catalá, Cañete, ¡Zoido!). Cospedal
quiso meter el miedo en el cuerpo a la oposición pero, sorpresas que da la
vida, a quien ha asustado en definitiva es a su propia clientela.
Así pues, las
espadas han quedado en todo lo alto de cara al Congreso del partido, en el que
serán los compromisarios quienes decidan entre los dos in pectore emergidos de las primarias. No se tratará por tanto de un
voto directo, sino pasado por el filtro de las jerarquías de los distintos
niveles. Me recuerdo a mí mismo la diferencia sustancial entre las dos
situaciones para contrarrestar una sensación de déjà vu que me viene rondando desde anoche.
Se lo cuento:
Santamaría me recuerda demasiado a Hillary Clinton, y Casado me resulta un
perfil aproximadamente parecido a Donald Trump. Ambos han intercambiado un
elemento característico de identificación: Pablo luce el look engominado de Hillary, en tanto que Soraya enarbola el flequillo voraginoso de Donald. ¿Se habían dado cuenta?