jueves, 5 de julio de 2018

LA MENINA Y EL PERDIS


El censo válido para las primarias del Partido Popular apenas ha alcanzado a la décima parte de la supuesta afiliación. Y si ciframos en 6 millones la intención de voto presente al PP (cálculo prudente; años atrás, el voto efectivo se situó mucho más arriba), resultará que únicamente el uno por ciento de toda esa masa ingente de ciudadanas/os habrá tenido el privilegio de definir, entre el ramillete ofrecido, su preferencia por la persona que habrá de cargar en adelante con el nuevo liderazgo.
Todo lo cual hace que las conclusiones provisionales acerca de los resultados de las primarias de ayer sean especialmente volátiles.
En cualquier caso, esa fracción posiblemente significativa y en todo caso más movilizada de la militancia se ha inclinado al alimón por una horquilla de posibilidades muy dispar: la menina y el perdis, la galeota que lleva años en el sacrificio ímprobo de remar en busca de la orilla, y el vivalavirgen que trae recuerdos borrosos del gran Josemari pero que es en todo caso el hijo pródigo de la casa paterna, el chisgarabís capaz de transmutar la asistencia a un par de sesiones de estudio en Aravaca como un máster por Harvard.
Por el camino han quedado rotos los sueños de Dolores de Cospedal, Miss Albacete, que lo fio todo al tirón electoral de los tercios africanos y cantó a voz en cuello “El novio de la muerte” coreada por su cohorte pretoriana de incondicionales (Catalá, Cañete, ¡Zoido!). Cospedal quiso meter el miedo en el cuerpo a la oposición pero, sorpresas que da la vida, a quien ha asustado en definitiva es a su propia clientela.
Así pues, las espadas han quedado en todo lo alto de cara al Congreso del partido, en el que serán los compromisarios quienes decidan entre los dos in pectore emergidos de las primarias. No se tratará por tanto de un voto directo, sino pasado por el filtro de las jerarquías de los distintos niveles. Me recuerdo a mí mismo la diferencia sustancial entre las dos situaciones para contrarrestar una sensación de déjà vu que me viene rondando desde anoche.
Se lo cuento: Santamaría me recuerda demasiado a Hillary Clinton, y Casado me resulta un perfil aproximadamente parecido a Donald Trump. Ambos han intercambiado un elemento característico de identificación: Pablo luce el look engominado de Hillary, en tanto que Soraya enarbola el flequillo voraginoso de Donald. ¿Se habían dado cuenta?