1.
Leo con mucho
interés el documento sobre la Seguridad social, accesible en la bitácora de
López Bulla aunque su origen es un editorial de la revista “Ciudad del trabajo”,
que lleva por título o titulillo «Por un nuevo y fraternal pacto intergeneracional.»
Se resucita en el
documento la idea de fraternidad, el tercer pilar, junto a la libertad y la
igualdad, del nuevo régimen revolucionariamente establecido en
Francia a partir de 1789, frente al régimen antiguo (Ancien Régime) basado en la desigualdad de los hombres y en la
existencia legal de privilegios de clase.
Se dice en el
arranque del documento aludido arriba, que la fraternidad es el “eslabón perdido”
de la democracia actual. No está perdido, sin embargo, por más que pasa por
momentos difíciles. Hoy ese tercer pilar se define como “solidaridad”, tal vez
porque “fraternidad” era un término contaminado por connotaciones ambiguas, o
dicho de otra manera por resabios frailunos. Demasiados “hermanos” vestidos con
hábitos negros o pardos. Ocurría lo mismo con la caridad, virtud angélica si se
quiere, pero demasiado ligada a una forma determinada de ejercerla.
A mí me parecería
mejor, por todo ello y salvo el respeto debido a los autores del documento,
utilizar la palabra “solidario” en lugar de “fraternal”, en la referencia al
nuevo pacto generacional capaz de refundar con anclajes sólidos y sostenibles
la institución de la Seguridad social.
Quiero advertir,
sin embargo, que no solo la fraternidad, sino también sus compañeras la
libertad y la igualdad han quedado seriamente contaminadas por siglos de
manipulación continuada. Lo que hoy se entiende por “liberalismo”, o por “neoliberalismo”
para mayor jolgorio, viene a ser algo simétricamente contradictorio de lo que
significó a finales del siglo XVIII. Si entonces se reclamaba la libertad de
los oprimidos, ahora se reivindica la libertad de oprimir; y las leyes
constitucionales que amparaban la igualdad de los ciudadanos ahora son
sustituidas por las leyes del mercado, que amparan la desigualdad de las
transacciones.
No acaba aquí el
catálogo de contaminaciones sufrido por los tres grandes pilares de la
democracia liberal originaria, ni todas las manipulaciones han venido del mismo
lado del hemiciclo parlamentario. Por poner dos ejemplos a sensu contrario, el concepto de “solidaridad” se restriñe en
muchas ocasiones a un significado corporativo, de solidaridad de unos en contra
de otros; y la igualdad degeneró históricamente, en las sociedades del
bienestar, desde la igualdad de oportunidades a la igualdad de resultados, de
forma que se favoreció un tipo de sociedad chata en la que el mérito se
castigaba con incrementos desmesurados de la tasa tributaria y lo que se
promovía era el silencio conformista de los corderos agrupados en grandes
rebaños gestionados desde una administración omnipresente.
2.
Las lecturas traen
asociaciones de ideas. Me ha venido a la memoria un pasaje releído
recientemente de El siglo de las luces, obra
bellísima del cubano Alejo Carpentier sobre las vicisitudes de la revolución
francesa en el ámbito del Caribe. No lo cito como prevención de ninguna clase,
solo como ejemplo de los retorcimientos de un mismo concepto.
Un buque corsario republicano
de la Guadalupe ha hecho una buena presa, un mercante cargado de vinos
europeos. Cuando lo están celebrando con un festín homérico en una playa virgen
de una isla innominada, aparece en el horizonte otro barco. Es un negrero: los
esclavos conducidos a América para ser vendidos se han amotinado durante la
travesía, han pasado a cuchillo a la oficialidad y buena parte de la tripulación,
y han conseguido llegar por sí mismos a las playas en las que alborea el mundo
nuevo de la revolución.
Son acogidos con
abrazos, cánticos, flameo de banderas tricolores, alimentos y bebida sin tasa.
Todo va bien hasta que mencionan a las mujeres, que siguen escondidas en la
bodega del barco. Se forma una patrulla para llevarles provisiones de boca.
Vuelve la patrulla con la noticia de que casi todas son jóvenes y hermosas. Se
produce de inmediato una correría hacia el buque negrero puesto al pairo. Los
africanos intentan defender por la brava a sus mujeres. Su conducta es
considerada intolerable: ¿es que no hay fraternidad, es que no ha de ser
compartido todo entre todos? En la rebatiña consiguiente los negros son hechos
presos y aherrojados de nuevo a sus cadenas, las mujeres son liberalmente
gozadas por todos los que lo desean, y como colofón el buque negrero es
conducido a las Antillas Holandesas, donde sigue vigente la esclavitud, y todo
el cargamento es vendido a buen precio en el mercado de Curaçao.