jueves, 12 de julio de 2018

EL EVANGELIO INDEPENDENTISTA "SECUNDUM" BERLINGUER

«¿Eurocomunismo soberanista?», titula Francesc-Marc Álvaro en lavanguardia un mejunje (1) sorprendente por el atrevimiento con el que teoriza a partir de una ignorancia confesa de lo que está hablando (eso del eurocomunismo, aclara, ocurrió cuando él era muy pequeño). Y sin embargo, su “relato” resulta entretenido.
He aquí el núcleo de la cuestión, en las palabras mismas del articulista: « ¿Es posible una –digamos– vía eurocomunista del soberanismo catalán? Hay que en­tender aquí la palabra eurocomunista no en sentido ideológico sino como sinónimo de pragmatismo, gradualismo y rechazo de planteamientos unilaterales y rupturistas. »
Él mismo da cinco razones que argumentan lo complicada que sería la operación. Hay más, pero una sobre todo que basta para desmontar los palos del sombrajo: y es que con pragmatismo, gradualismo y rechazo de la unilateralidad y el rupturismo, ya no habría soberanismo catalán, sino otra cosa distinta.
No es difícil de entender. La estrategia diseñada por Enrico Berlinguer apuntaba a explorar vías de largo recorrido en las que era posible una acumulación progresiva de fuerzas democráticas para alcanzar transformaciones profundas en las condiciones materiales de las personas, en los mecanismos de poder, en las relaciones sociales desiguales y dependientes. El final del proceso no estaba previsto, y no respondía a ninguna formulación jurídica de orden constitucional.
La situación del soberanismo es absolutamente distinta porque parte del deseo de arrancar de las instancias estatales (superestructura) la concesión graciosa de un referéndum decisorio capaz de transformar la condición jurídica internacional de Cataluña sin afectar, en principio, a ninguna de las condiciones materiales y de la vida social de las personas.
En el llamado eurocomunismo, al tender la estrategia a la remoción de estructuras opresivas, en el final teórico del trayecto estas se habrían removido en su totalidad, y la vida florecería con una pujanza nueva. En el caso del soberanismo catalán, al final de toda la estrategia gradualista y de toda la pedagogía, tendríamos un Estado “propio” (propio ¿de quién?) pero seguiríamos en el principio mismo de todo el proceso: las mismas relaciones sociales y materiales de producción, la misma jerarquización social, la misma distribución desigual de la riqueza.
Es inverosímil una acumulación mayor de fuerzas dirigida a añadir gradualmente consenso a la idea de la independencia, si no se trabaja en otra dirección. Por eso el soberanismo quiere la independencia ahora, incluso de forma unilateral, y deja para luego la discusión de todo lo demás.
Invertir los términos, cosa a la que muchos/as catalanes/as estaríamos dispuestos/as, significaría ocuparse primero de las cosas de comer (no solo cómo repartirlas; también cómo producirlas de una forma más racional, democrática  y sostenible), y dejar para lo último el fatigoso tema de las banderas. La independencia tardaría en llegar, o no llegaría nunca, quién sabe, pero en Cataluña se respiraría literalmente otro aire, y nos habríamos librado, no ya de la "España opresora", pero sí de los “estaquirots” cuya presencia infaltable al frente del cotarro nos garantiza que, mientras sigan ahí brujuleando los presupuestos de todos, no hay ninguna esperanza consistente de cambio.