domingo, 22 de julio de 2018

CONTRA EL ARREBATO


Tampoco Marta Pascal ha dado con la tecla. Como en el caso de Santamaría, se trataba de aceptar en un setenta o un ochenta por ciento el “relato” urdido por sus formaciones respectivas, y gestionar aplicadamente el estrecho margen de realidad restante con el aderezo de una pizca de sentido común. No vale. Las derechas “razonables” están en desbandada, y se augura para ellas una larga invernada en sus cuarteles.
La asamblea del PDeCAT ha decidido que, si estás haciendo volar una cometa, cuanto más arriba mejor. La cometa no tiene pasado ni futuro, es un arrebato a favor del viento. Las derechas de este país apuestan por el arrebato aun a sabiendas de que se trata de una opción no sostenible. No hay forma de implementar una república nacida del 1-O, cuando el 1-O no tuvo lugar ningún parto de los montes. No hay forma de ignorar las estructuras del Estado realmente existente, ni la arquitectura de las relaciones internacionales en la coyuntura precisa en la que se encuentran, ni el rebote previsible de la judicatura ante una segunda intentona de secesión, por mucho que los presos hayan sido trasladados desde Estremera hasta Sant Joan de Vilatorrada, y en Schleswig-Holstein se haya encendido un semáforo en rojo.
No son síntomas significativos de nada, y mucho menos de grandes movimientos que alteren la perspectiva del conjunto. La perspectiva sigue siendo que el aparato represivo del Estado tratará con mano más dura cualquier begin the beguine del independentismo, y que los tribunales internacionales de justicia seguirán considerando una cuestión “interna” las condenas judiciales derivadas de las relaciones bilaterales asimétricas entre el independentismo catalán y la madre (o madrastra) patria.
¿Qué puede hacer la izquierda en todo este maldito embrollo? Lo primero, tener los pies bien firmes en el suelo. No discutir sobre arrebatos, sobre castillos en el aire ni sobre pasos por las nubes. Las cuestiones de orden material, las cosas de comer, la fijeza de los puestos de trabajo, las condiciones y las dimensiones poliédricas de la vida; ese es nuestro campo de batalla. No más utopías que la utopía cotidiana. No más futuros etéreos, sino un futuro sólido y sostenible, básico, con equipamiento mínimo de serie. Si luego es posible tunearlo con ringorrangos federales o confederales, se hará. Todo es posible, pero no sirve de nada discutir sobre los ringorrangos cuando todavía no tenemos reparado el motor que necesitamos para que nos impulse hacia donde deseamos ir como colectivo.