Tampoco Marta
Pascal ha dado con la tecla. Como en el caso de Santamaría, se trataba de
aceptar en un setenta o un ochenta por ciento el “relato” urdido por sus
formaciones respectivas, y gestionar aplicadamente el estrecho margen de
realidad restante con el aderezo de una pizca de sentido común. No vale. Las derechas
“razonables” están en desbandada, y se augura para ellas una larga invernada en
sus cuarteles.
La asamblea del
PDeCAT ha decidido que, si estás haciendo volar una cometa, cuanto más arriba
mejor. La cometa no tiene pasado ni futuro, es un arrebato a favor del viento.
Las derechas de este país apuestan por el arrebato aun a sabiendas de que se
trata de una opción no sostenible. No hay forma de implementar una república
nacida del 1-O, cuando el 1-O no tuvo lugar ningún parto de los montes. No hay
forma de ignorar las estructuras del Estado realmente existente, ni la
arquitectura de las relaciones internacionales en la coyuntura precisa en la
que se encuentran, ni el rebote previsible de la judicatura ante una segunda
intentona de secesión, por mucho que los presos hayan sido trasladados desde
Estremera hasta Sant Joan de Vilatorrada, y en Schleswig-Holstein se haya encendido
un semáforo en rojo.
No son síntomas significativos de nada, y mucho menos de grandes
movimientos que alteren la perspectiva del conjunto. La perspectiva sigue
siendo que el aparato represivo del Estado tratará con mano más dura cualquier begin the beguine del independentismo, y
que los tribunales internacionales de justicia seguirán considerando una
cuestión “interna” las condenas judiciales derivadas de las relaciones bilaterales
asimétricas entre el independentismo catalán y la madre (o madrastra) patria.
¿Qué puede hacer la
izquierda en todo este maldito embrollo? Lo primero, tener los pies bien firmes
en el suelo. No discutir sobre arrebatos, sobre castillos en el aire ni sobre
pasos por las nubes. Las cuestiones de orden material, las cosas de comer, la fijeza
de los puestos de trabajo, las condiciones y las dimensiones poliédricas de la vida; ese es
nuestro campo de batalla. No más utopías que la utopía cotidiana. No más
futuros etéreos, sino un futuro sólido y sostenible, básico, con equipamiento mínimo de
serie. Si luego es posible tunearlo con ringorrangos federales o confederales,
se hará. Todo es posible, pero no sirve de nada discutir sobre los ringorrangos
cuando todavía no tenemos reparado el motor que necesitamos para que nos impulse
hacia donde deseamos ir como colectivo.