lunes, 16 de julio de 2018

ECOS DEL MUNDIAL DE FÚTBOL


La gran final entre Francia y Croacia nos trajo algunas sorpresas, como las repetidas performances de Macron en plan “éxtasis de santa teresa”, después de cada gol de su equipo. Los consabidos dragones de la virtud afirman que el presidente francés rompió el protocolo; los expertos en la nueva disciplina del populismo electoralométrico, en cambio, están encantados y dicen que por ahí. Mariano, que tantas ilusiones había puesto en ganar el Mundial, difícilmente habría estado a la altura en la gesticulación; y mucho me temo que el estafermo que tenemos sentado en el trono, menos aún. Quizá Letizia y Soraya habrían sido capaces de algún desborde en el palco, de haberse dado las circunstancias correctas (un gol de Diego Costa, un paradón de De Gea, ¿se imaginan?)
Otra lección importante, extraída tanto de las semifinales como de las finales, es que el nivel del espectáculo crece cuando son dos los equipos dedicados a jugar en el campo. Hasta ahora la regla habitual era la expresada para el amor por un pesimista francés. Parafraseo: “Cuando dos equipos de fútbol compiten, siempre hay uno que juega y otro que no deja jugar. Por lo general el primero sale perdedor.”
Después de tantos y tan fatigosos prolegómenos, llegó por fin el momento tan deseado por la razón social Florentino & Infantino, el del desfile de modelos luciendo las primicias de la moda para la temporada 18-19.
El premio al mejor jugador del torneo habría debido recaer, siguiendo la lógica, en uno de los dos franceses más determinantes: Griezmann o Mbappé.
El primero había dado un paso en la buena dirección al renunciar, vídeo mediante, al Satanás blaugrana, a sus obras y a sus pompas. Su elección, sin embargo, no daba una señal suficientemente clara acerca de cuál es el exigente camino de la virtud que conduce al éxito deportivo.
La bolita de la ruleta MVP se dirigió entonces a la casilla de Mbappé, a condición de que aceptara fichar por el Real Madrid. El Real Madrid, para quienes aún no lo sepan, es el metro de platino iridiado del sistema de pesas y medidas del fútbol mundial. Mbappé no quiso cambiar de equipo y se quedó sin premio.
A falta de los dos franceses, y de Benzema ─agraciado por la doble circunstancia de ser francés y madridista, pero con el inconveniente prácticamente insalvable de no haber sido seleccionado para el Mundial─, el premio pudo recaer en el brasileño Neymar, si fichaba por el Madrid, o en el portugués Cristiano, si no se iba a la Juventus. Pero el primero se abstuvo y el segundo insistió en el error, víctima de un berrinche tonto que va a lamentar el resto de su carrera. Fue designado entonces mejor jugador del Mundial el croata Modric, que no ganó la final (ni siquiera la jugó bien), pero que hizo un torneo muy apañado, y es del Madrid, y lo bastante tímido para no subírsele ahora a la parra a Florentino con exigencias de un aumento sustancial de ficha.
Mbappé recibió el premio al mejor jugador joven (una forma indirecta de decirle: crece un poco más y sabrás mejor lo que te conviene). El belga Courtois fue designado mejor guardameta (casualmente, el Madrid se interesa por él; a Florentino se le ha pasado por completo aquella perra que tuvo por fichar a De Gea, lo que vendría a certificar que el “hombre superior” no es del todo inasequible al desaliento). Putin ha recibido plácemes unánimes por la organización, y la presidenta croata ha dado el toque humano, vestida de bandera. Las dos aficiones modélicas en comportamiento cívico han sido las de Senegal y Japón.
Y Luis Enrique será presentado a los medios como nuevo seleccionador español, en un acto contraprogramado por Florentino, que reserva el mismo día y la misma hora para presentar a su nuevo jugador Vinicius.
Al enemigo, ni agua.