La gran final entre
Francia y Croacia nos trajo algunas sorpresas, como las repetidas performances
de Macron en plan “éxtasis de santa teresa”, después de cada gol de su equipo.
Los consabidos dragones de la virtud afirman que el presidente francés rompió
el protocolo; los expertos en la nueva disciplina del populismo electoralométrico,
en cambio, están encantados y dicen que por ahí. Mariano, que tantas ilusiones
había puesto en ganar el Mundial, difícilmente habría estado a la altura en la gesticulación;
y mucho me temo que el estafermo que tenemos sentado en el trono, menos aún.
Quizá Letizia y Soraya habrían sido capaces de algún desborde en el palco, de
haberse dado las circunstancias correctas (un gol de Diego Costa, un paradón de
De Gea, ¿se imaginan?)
Otra lección
importante, extraída tanto de las semifinales como de las finales, es que el
nivel del espectáculo crece cuando son dos los equipos dedicados a jugar en el
campo. Hasta ahora la regla habitual era la expresada para el amor por un
pesimista francés. Parafraseo: “Cuando dos equipos de fútbol compiten, siempre
hay uno que juega y otro que no deja jugar. Por lo general el primero sale perdedor.”
Después de tantos y
tan fatigosos prolegómenos, llegó por fin el momento tan deseado por la razón
social Florentino & Infantino, el del desfile de modelos luciendo las
primicias de la moda para la temporada 18-19.
El premio al mejor
jugador del torneo habría debido recaer, siguiendo la lógica, en uno de los dos
franceses más determinantes: Griezmann o Mbappé.
El primero había
dado un paso en la buena dirección al renunciar, vídeo mediante, al Satanás
blaugrana, a sus obras y a sus pompas. Su elección, sin embargo, no daba una
señal suficientemente clara acerca de cuál es el exigente camino de la virtud que
conduce al éxito deportivo.
La bolita de la
ruleta MVP se dirigió entonces a la casilla de Mbappé, a condición de que
aceptara fichar por el Real Madrid. El Real Madrid, para quienes aún no lo
sepan, es el metro de platino iridiado del sistema de pesas y medidas del
fútbol mundial. Mbappé no quiso cambiar de equipo y se quedó sin premio.
A falta de los dos
franceses, y de Benzema ─agraciado por la doble circunstancia de ser francés y
madridista, pero con el inconveniente prácticamente insalvable de no haber sido
seleccionado para el Mundial─, el premio pudo recaer en el brasileño Neymar, si
fichaba por el Madrid, o en el portugués Cristiano, si no se iba a la Juventus.
Pero el primero se abstuvo y el segundo insistió en el error, víctima de un
berrinche tonto que va a lamentar el resto de su carrera. Fue designado
entonces mejor jugador del Mundial el croata Modric, que no ganó la final (ni
siquiera la jugó bien), pero que hizo un torneo muy apañado, y es del Madrid, y
lo bastante tímido para no subírsele ahora a la parra a Florentino con
exigencias de un aumento sustancial de ficha.
Mbappé recibió el
premio al mejor jugador joven (una forma indirecta de decirle: crece un poco
más y sabrás mejor lo que te conviene). El belga Courtois fue designado mejor
guardameta (casualmente, el Madrid se interesa por él; a Florentino se le ha
pasado por completo aquella perra que tuvo por fichar a De Gea, lo que vendría a
certificar que el “hombre superior” no es del todo inasequible al desaliento). Putin
ha recibido plácemes unánimes por la organización, y la presidenta croata ha
dado el toque humano, vestida de bandera. Las dos aficiones modélicas en
comportamiento cívico han sido las de Senegal y Japón.
Y Luis Enrique será
presentado a los medios como nuevo seleccionador español, en un acto contraprogramado
por Florentino, que reserva el mismo día y la misma hora para presentar a su
nuevo jugador Vinicius.
Al enemigo, ni
agua.