Resulta que a fin
de cuentas fueron Marta Pascal, Carles Campuzano y Jordi Xuclà, actuando como “patrulla
nipona” al margen de las consignas de la superioridad, quienes desde Cataluña
hicieron posible el éxito de la moción de censura de Pedro Sánchez que acabó
inesperadamente con el gobierno de Mariano Rajoy. Carles Puigdemont no quería
ese escenario. Sigue sin quererlo. Ha fulminado a Pascal de la dirección de su
nuevo arrebato, la llamada Crida Nacional per la República, e impartido consignas tajantes al grupo parlamentario del
PDeCAT en las Cortes madrileñas con la finalidad de endurecer la oposición al
nuevo gobierno socialista. Su posición coincide al ciento por ciento con la del
PP: esos presupuestos expansivos en el gasto social no deben ser aprobados bajo
ningún concepto. Unas medidas de ese corte tenderían a mejorar de forma
palpable la situación de la ciudadanía, y las dos ultraderechas en pinza, la
madrileña y la catalana, ven esa eventualidad como el mayor peligro para su
propia supervivencia.
“No dejes que la
realidad te arruine un buen guion”, es una consigna de Hollywood adoptada a
conciencia por el actual tsunami de la antipolítica, tanto en nuestro país como
a lo largo y ancho del mundo. Puigdemont quiere demostrar que España es
irreformable, y pone toda la carne en el asador a fin de torpedear las potenciales
reformas desde la raíz misma. Casado, siguiendo la sugerencia de Santamaría cuando,
viéndose ganadora del pulso, recetó a los socialistas paracetamol a espuertas,
se empeñará en demostrar que nada se puede hacer en este país sin el PP (y con
el PP tampoco). El fin proclamado de la política es el bien común; el de la
antipolítica, los juegos de guerra.
Guerra por el
poder, evidentemente. Por un poder descarnado, desnudo de todo tapujo. No un poder
para hacer cosas, sino un poder para amedrentar. Para “desempoderar”, si se me
permite el neo-neo-logismo.
Puigdemont ofrece como
coartada para sus pretensiones una patraña, la independencia de algunos contra
todos. Casado, otra patraña simétrica: los pretendidos valores en peligro de
una patria inmemorial y ficticia, una patria que duerme el sueño eterno bajo la
cruz de Cuelgamuros.
Los vientos de
fronda preanuncian adelantos electorales. No hay mejor modo ─no hay otro modo─
de luchar contra la antipolítica que hacerlo con el voto. Este otoño va a traernos
el momento idóneo para pasar de una vez la página de un ciclo político de
pesadilla. Frente al dragón de una derecha tóxica que se afila y se revuelve
enseñando garras y dientes, necesitaremos todos contar con una pizca de “polvo de
hada”; es decir, con el poso de un programa de mínimos o con unos mínimos de
programa que unifiquen los propósitos de unas izquierdas que son plurales y que
no por coincidir en lo sustancial dejarán de serlo.