No es un oxímoron.
Admito que lo parece, en un contexto en el que se habla sin pestañear de
edificios inteligentes, de vehículos o ciudades ídem, e incluso de armas
inteligentes, porque basta con dispararlas y ellas mismas se buscan su blanco.
En una sociedad
global obsesionada por la inteligencia artificial y por el big data, constatamos
por paradoja que el valor de la inteligencia natural decae sin remedio incluso
en aquellos territorios que le son particularmente propicios. Se exaltan la
investigación, el desarrollo y la innovación, pero los investigadores están en
precario, los desarrolladores mal pagados, y para los innovadores el elemento
realmente definitorio no es su equipamiento mental sino las características más
o menos completas y exclusivas del copyright correspondiente inscrito en el registro.
Un buen copyright vale millonadas, y en cambio la mente que concibió el
aparato, o el proceso comercializable registrado, puede adquirirse en el
mercado global por cuatro cuartos mal contados.
Si pasamos del
trabajo de ideación al mero trabajo físico, en todo el inmenso abanico de
aspectos y de circunstancias en las que este se despliega, el adjetivo “inteligente”
parece estar de más. El ingeniero F.W. Taylor prefería un gorila amaestrado a cualquier
humano para la realización de los largos esfuerzos sincronizados de las cadenas
de montaje que monitorizaba. La superioridad del simio sobre el humano residía para
Taylor precisamente en que este último piensa por su cuenta, en lugar de
aplicarse a su tarea con la mente en blanco. Es la apoteosis final de aquella
advertencia escrita para la posteridad en documento oficial dirigido a la
Corona española por la Universidad borbónica de Cervera: «Lejos de nosotros la
funesta manía de pensar.»
El lenguaje reivindicativo
respalda este modo de ver la realidad del trabajo subordinado. Se pide un
trabajo “decente” o “digno”. En ninguna parte he visto que se reclamara un trabajo
inteligente. “Yo soy un mandao”, podría ser el lema universal del currante.
Y sin embargo, el encabezamiento
de este post no contiene un oxímoron. La búsqueda desenfrenada de ganancia por
parte de los capitales multinacionales genera un despilfarro inadmisible de
recursos limitados, provoca destrucción allá donde la destrucción rinde
dividendos, acarrea imprevisión en la medida en que prevenir va en contra del
lucro fácil y rápido.
Los gerentes o gestores
de este estado de cosas no recurren para tomar decisiones a su propia
inteligencia, sino a la de los algoritmos. Según mediciones establecidas en función
de parámetros objetivos, la inteligencia de los algoritmos es infinitamente
superior a la humana en algunos aspectos; en otros, sin embargo, no alcanza la
de una cucaracha común.
En consecuencia es
importante, en esta sociedad global íntimamente interrelacionada y en el actual
y vertiginoso escalón tecnológico, capaz de elevarnos sin esfuerzo por encima
del común estado de necesidad, pero también de arruinarnos para siempre en
menos de cinco segundos; es importante, digo, reivindicar de todas las formas
posibles ─también, y muy especialmente, en todos los escalones de los convenios
colectivos─ la participación regulada de la fuerza de trabajo asalariada y
subordinada en la toma de decisiones de las empresas.
La forma y el
alcance de esa participación se irán concretando en la práctica. El principio
importante es que, como se decía antes, “todos estamos en el mismo barco”, y la
economía debe ser una ciencia establecida en el interés de todos, y no
únicamente de los accionistas. La inteligencia no es un atributo exclusivo de
los sabios y de las máquinas; existe un general
intellect, como lo llamó Carlos Marx, una inteligencia general accesible a
todos y compartida por todos, que define las formas idóneas de relación social
y de producción en cada momento de la historia.
¿Cómo hemos
llegado, después de siglos de democracia, al extremo de tener que democratizar
de urgencia, no ya el trabajo, enterrado como está en el bolsillo privado de
las clases propietarias, sino además la inteligencia, ese atributo común que
nos define a todos/as como personas iguales con derechos iguales?