lunes, 30 de julio de 2018

LA NECESIDAD DE LA TRADUCCIÓN


En la viñeta de El Roto en elpais, la mujer va vestida de una forma tradicional: falda ancha hasta el suelo, delantal amplio, pañoleta al cuello. También el peinado es tópico: moño en la nuca. El paisaje, apenas esbozado con cuatro trazos, parece rural. La mujer hace sonar con la palma de la mano un gran pandero, y canturrea: «Tantas lenguas cooficiales, y ninguna pa’ entendernos.»
(En la viñeta pone “para”, y no “pa”. El Roto me permitirá la ligerísima corrección, que convierte la salmodia de la aldeana en dos octosílabos perfectos. Desde siempre, en la península nos expresamos habitualmente en octosílabos, con algún verso de pie quebrado para romper la monotonía. Hagamos la prueba con un ejemplo de don Jorge Manrique: Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a lo eterno. / Tantas lenguas cooficiales / y ninguna pa’ entendernos, / que es el morir. ¿Lo ven claro ahora?)
De la viñeta de El Roto se deduce, a sensu contrario, la utilidad que tendría para todos hacer valer la riqueza de lenguas cooficiales de que disfrutamos para entendernos mutua y recíprocamente.
Para eso sería necesaria una traducción. No una traducción hecha de forma apresurada, a salto de mata, ni obtenida por medio de máquinas digitales, que solo proporcionan equivalencias de término medio y se meriendan los matices. Los matices son importantes, a veces. Cuando se puso en marcha la edición en catalán de El Periódico, se omitió en la edición experimental el escalón de la corrección de estilo, y Ana Botella quedó traducida como Anna Ampolla. Peor fue el caso de un ruso, Evguenii Voroshilov o algo semejante, que pasó a constar como el senyor Vagines Voraginoses.
Estaríamos hablando de una traducción calificada, en la expresión que utilizó Antonio Gramsci en una carta desde la prisión dirigida a su mujer, Giulia o Julca Schucht, a la que animaba a emplear sus amplios conocimientos sobre Rusia e Italia. Esto es lo que le decía Gramsci (la carta tiene fecha 5.9.1932; la versión española es de Manuel Sacristán, y se encuentra en la página 327 de su Antología):
«Un traductor calificado tendría que ser capaz no solo de traducir literalmente, sino también de traducir los términos conceptuales de una determinada cultura nacional a los términos de otra cultura nacional; o sea: un traductor así tendría que conocer críticamente dos civilizaciones y ser capaz de dar a conocer la una a la otra utilizando el lenguaje históricamente determinado de la civilización a la que suministra el material informativo. No sé si me he explicado con claridad suficiente. Pero creo que ese trabajo merece el intento, y hasta la dedicación de todas las fuerzas.»
Puesto a ser puntilloso, también corregiría a don Antonio eso de “cultura nacional”. No porque esté mal lo que él dice, sino por las polémicas que vienen del término “nación” y de las posibilidades de naciones sin Estado y viceversa. Podríamos dejarlo en civilizaciones, entendiendo por tales los surcos de diferentes anchuras y profundidades que la historia va dejando en las sociedades sobre las que transita.
Se necesitan entonces traductores calificados capaces de trasladar de forma fiel y completa, sin errores ni equívocos, todo el aparato conceptual de una civilización secular como (por ejemplo) la andaluza a la lengua catalana, y viceversa. Las lenguas son estructuras que reflejan el poso social, institucional, técnico, cultural, de las sociedades que se comunican a través de ellas. Un diálogo o interlocución, para dar algún tipo de fruto, necesita de la mediación de traductores especializados que conozcan en profundidad las dos lenguas ─las dos civilizaciones─ en cuestión.