domingo, 29 de julio de 2018

TINTARELLA DI LUNA


Tuvimos la noche pasada el privilegio, el grandísimo lujo, de ver desde la terraza de Sant Pol, frente al mar en silencio y durante más de una hora, el espectáculo inédito y enteramente gratuito de la Luna despojada de su vestido de lentejuelas, mostrando sin pudor sus carnes morenas. Fue literalmente una “tintarella di luna”, un bronceado de luna como el que cantó inolvidablemente Mina desde uno de aquellos vinilos pequeños y de agujero central grande que funcionaban a cuarenta y cinco revoluciones a caballo de los últimos años cincuenta y los primeros sesenta del siglo pasado, cuando los muy jóvenes recurríamos a la Luna para soñar; años antes de que aquel brutote americano de pelo cortado a cepillo dejara en la superficie limpia del satélite la huella sucia de su bota.
¿Luna de sangre? Ca, hombre, esa sangre nunca llegará al río; al río, por cierto, donde el torito se enamora diariamente de su reflejo y embiste desolado cuando la ilustre señora concluye su baño y se vuelve al cielo ataviada con el polisón de nardos con el que había bajado a la fragua.
Tuvimos la noche pasada, en la terraza, el grandísimo privilegio de regresar a los territorios del mito y del ensueño, sin la necesidad agobiante de pasar antes por taquilla. Fuimos testigos del largo striptease de la diosa Diana sin aditamentos eróticos, con sencillez, sin aparato, sin músicas subliminales y sin ser perseguidos después, como el cazador Acteón, por la jauría desatada.
Tintarella di Luna. Casi sesenta años después de que la cantara Mina, por fin la hemos visto.