Pablo Casado no
pagaría ni un euro por desenterrar a Franco. Yo, sí. Si las arcas del Estado
están exhaustas y se hace necesario recurrir a una derrama o, como lo llaman
ahora, un crowdfunding, estoy
dispuesto a participar en la medida de mis posibilidades hasta una cantidad
razonable. No me asustan los fantasmas, pero prefiero que la momia en cuestión ocupe
un espacio privado y recoleto, que sus descendientes no farden de duquesas, que
el franquismo residual no monte pollos televisados en Cuelgamuros ni ande agrediendo
a fotoperiodistas por la calle. La libertad de expresión es un bien sagrado,
pero hay un libertinaje de expresión que atropella las libertades de los demás,
y eso sigue teniendo tufo a dictadura. Desterrar/desenterrar al dictador vale,
en mi estimación, un euro por cápita de la ciudadanía, e incluso más.
Bien es cierto que
podría pagarse la operación con las subvenciones que año tras año se vienen
otorgando diz que graciosamente (en realidad no tienen ninguna gracia) a la
Fundación Francisco Franco, una anomalía en la administración de los dineros
públicos en toda Europa, un hito más y posiblemente el más espectacular de la
marca “España y yo somos así, señora”.
Tantos años pasados
de mayorías absolutas del PSOE no alcanzaron para eliminar estos resabios de
franquismo político, y no estrictamente sociológico. Se creyó, e incluso se
razonó, que era preferible mirar a otra parte, disimular hasta que muriese por
sí misma la cizaña, falta de alimento, y el ameno pensil regresase por sí mismo
al esplendor en la hierba y la gloria de las flores. «Mejor no tocarlo», fue la
consigna entonces.
Observen las
imágenes de la concentración en Cuelgamuros. Tomen nota del careto de ese otro borbón
dispuesto a encaramarse a un trono potencial de una monarquía franquista. No
miren a otra parte; todo este revuelo no es gratuito ni es anecdótico, está
subvencionado con dineros públicos que no solo “no huelen”, como dejó sentado
con desenfado en su día el emperador romano Vespasiano, sino que además han
conseguido la rara propiedad de resultar invisibles en un entorno en el que
nada pasa inadvertido para el omnímodo poder de las computadoras.
Igual que se han
rastreado los dineros utilizados desde la Generalitat para financiar la puesta
de urnas del 1-O sin que se notara apenas, igual son objetivamente localizables las
fuentes de este tipo de eventos consuetudinarios reincidentes. Y no se trata de
eventos meramente folklóricos; no mientras Franco siga enterrado bajo un
monumento nacional y Queipo de Llano en una basílica. Cuando las dos momias
ocupen el lugar que les corresponde, sí habremos entrado en el mundo variopinto
del folklore. Viva el folklore.
Para conseguir ese
modesto objetivo, estoy yo por mi parte dispuesto a rascarme el bolsillo. Pablo
Casado no, pero yo sí pongo un euro por el desentierro.