Una corriente
caudalosa de la intelectualidad orgánica realmente existente sostiene que una
pera es siempre una pera, una manzana es una manzana y nunca otra cosa, y
cuando no hay alternativa, que es prácticamente siempre, de verdad no hay pero
lo que se dice ninguna alternativa.
Este enfoque unidimensional del
pensamiento (lo llamo pensamiento porque no se me ocurre ninguna manera mejor
de llamarlo) tiene la ventaja de que uno siempre está seguro de su posición, así se hunda el mundo.
El mundo tiene una
tendencia nefasta a hundirse, sin embargo, y un regodeo malicioso en dejar a
los profetas con el culo al aire en mitad de las telenoticias de la noche. Quizá
por esa razón, otra rama de la intelectualidad más cautelosa se sitúa de
antemano en el peor escenario posible y a partir de ahí mira en torno para ver qué es posible
cambiar a mejor.
El jefe de fila
incuestionable de esta segunda corriente intelectual, no tan orgánica como la
primera, fue Groucho Marx, que declaró sin un parpadeo: «Estos son mis principios,
pero si no le gustan no se preocupe: tengo otros.» Por el mismo o similar camino
han transitado recientemente Joan Coscubiela («Cuando no es posible pactar
acuerdos, es útil pactar por lo menos los desacuerdos»), Enric Juliana («Solo desde
una sincera aceptación de que la cuestión catalana no tiene arreglo, se puede
empezar a arreglar algo»), y, de forma bastante inesperada, Quim Torra y Pedro
Sánchez. Ha dicho Torra en el comentario post
mortem que un 90% del contenido de su entrevista en la Moncloa se centró en
el tema de la autodeterminación. Aleluya, ¡nada menos que un 10% menos de lo
pronosticado por los tertulianos de uno y otro signo!
Ese novedoso diez
por ciento de charla, o una parte significativa del mismo, tuvo lugar al
parecer mientras los dos políticos departían junto a la fuente donde se citaban años
atrás Antonio Machado y Guiomar.
La fuente en sí no
es gran cosa, y, seamos sinceros, la historia amorosa del poeta envejecido con
la poetisa recatada, tampoco va muy allá. Pero su valor de símbolo es infinito.
Porque se ha
abierto una rendija en una puerta herméticamente cerrada, cuando, según la primera
línea de pensamiento antes descrita, una puerta cerrada es solo y para siempre una puerta cerrada.
Y punto.
Por eso la
progresión desde el cero hasta el mínimo ángulo de apertura alcanzado es,
provisionalmente, infinita. Los buenos calculadores ya nos comunicarán en su
momento, cuando los nuevos datos del problema hayan sido convenientemente
procesados como input, el valor de
los algoritmos resultantes. Hoy por hoy solo podemos medir el avance por los decibelios de la rabia
extemporánea de algunas personas que se envuelven en la bandera española o
alternativamente en la estelada para sostener que todo sigue igual.
Rectifico la última
frase: Para exigir que todo siga igual.