martes, 10 de julio de 2018

JUNTO A LA FUENTE DE GUIOMAR


Una corriente caudalosa de la intelectualidad orgánica realmente existente sostiene que una pera es siempre una pera, una manzana es una manzana y nunca otra cosa, y cuando no hay alternativa, que es prácticamente siempre, de verdad no hay pero lo que se dice ninguna alternativa.
Este enfoque unidimensional del pensamiento (lo llamo pensamiento porque no se me ocurre ninguna manera mejor de llamarlo) tiene la ventaja de que uno siempre está seguro de su posición, así se hunda el mundo.
El mundo tiene una tendencia nefasta a hundirse, sin embargo, y un regodeo malicioso en dejar a los profetas con el culo al aire en mitad de las telenoticias de la noche. Quizá por esa razón, otra rama de la intelectualidad más cautelosa se sitúa de antemano en el peor escenario posible y a partir de ahí mira en torno para ver qué es posible cambiar a mejor.
El jefe de fila incuestionable de esta segunda corriente intelectual, no tan orgánica como la primera, fue Groucho Marx, que declaró sin un parpadeo: «Estos son mis principios, pero si no le gustan no se preocupe: tengo otros.» Por el mismo o similar camino han transitado recientemente Joan Coscubiela («Cuando no es posible pactar acuerdos, es útil pactar por lo menos los desacuerdos»), Enric Juliana («Solo desde una sincera aceptación de que la cuestión catalana no tiene arreglo, se puede empezar a arreglar algo»), y, de forma bastante inesperada, Quim Torra y Pedro Sánchez. Ha dicho Torra en el comentario post mortem que un 90% del contenido de su entrevista en la Moncloa se centró en el tema de la autodeterminación. Aleluya, ¡nada menos que un 10% menos de lo pronosticado por los tertulianos de uno y otro signo!
Ese novedoso diez por ciento de charla, o una parte significativa del mismo, tuvo lugar al parecer mientras los dos políticos departían junto a la fuente donde se citaban años atrás Antonio Machado y Guiomar.
La fuente en sí no es gran cosa, y, seamos sinceros, la historia amorosa del poeta envejecido con la poetisa recatada, tampoco va muy allá. Pero su valor de símbolo es infinito.
Porque se ha abierto una rendija en una puerta herméticamente cerrada, cuando, según la primera línea de pensamiento antes descrita, una puerta cerrada es solo y para siempre una puerta cerrada. Y punto.
Por eso la progresión desde el cero hasta el mínimo ángulo de apertura alcanzado es, provisionalmente, infinita. Los buenos calculadores ya nos comunicarán en su momento, cuando los nuevos datos del problema hayan sido convenientemente procesados como input, el valor de los algoritmos resultantes. Hoy por hoy solo podemos medir el avance por los decibelios de la rabia extemporánea de algunas personas que se envuelven en la bandera española o alternativamente en la estelada para sostener que todo sigue igual.
Rectifico la última frase: Para exigir que todo siga igual.