Algunos de los
tenores de moda están desafinando en el fraseo del “relato” que desean
transmitirnos conforme a las partituras establecidas. Es improbable que el
arrebato de Pablo Casado en la convención del PP reúna al partido alrededor de
su propuesta, sobre todo porque su propuesta no ha aparecido por ninguna parte.
Su monólogo se ha dirigido a convencer a la audiencia de que no hacen falta iniciativas
tediosas de gobierno de las cosas, sino que lo importante es la idea central
que lo abarca todo, convenientemente despojada de toda contaminación práctica.
Es como si Eugenio
nos dijera desde su eterno taburete: “Saben aquel que dice no me acuerdo qué
pero era la monda, oigan.” El público no sabría si reír o llorar.
De forma en cierto
modo opuesta a Casado, el otro Pablo en el candelero no está consiguiendo
evitar una chamusquina generalizada debida a la sensación de que la “traición”
de Íñigo no lo ha sido a las líneas directrices de la formación en la que ambos
militan hasta el momento, sino a sus reglamentos; no a las políticas a medio plazo que
se proponen, sino al liderazgo personal establecido numéricamente de forma
irrebatible en Vistalegre II.
Lo que ha hecho
Íñigo está mal porque no era él el señalado por el escalafón establecido para
hacerlo.
Pero esto no va de
títulos deportivos ni de trofeos ganados en lides electorales, sino de lo que colectivamente
se propone en concreto para Madrid-ciudad y para Madrid-comunidad, después de desmenuzar
la red tupida de correspondencias que existen entre ambas.
En tiempos solíamos
calificar como “los del piñón fijo” a quienes tenían ese prurito irreprimible
de atender a las formas y las jerarquías prescritas, y omitían en cambio, o no
llegaban siquiera a percibir (también decíamos de ellos “los del vuelo rasante”),
la perspectiva a largo plazo que solo emerge de los asuntos inmediatos si se
examinan estos desde una altura analítica superior.
Comprendo que al
razonar de este modo estoy asumiendo la posición del eterno pejiguera. Nunca me
conformo. Critico a quien subraya la idea última y no precisa las formas de
alcanzarla, y critico también al que, por el contrario, bloquea cualquier
posible vía hacia la consecución de los objetivos últimos si esta no es conforme
a las premisas reglamentariamente estipuladas.
Quizá la clave de todo
el asunto está en esta formulación reciente del maestro Antonio Baylos: «La
política sirve para cambiar las cosas en lo concreto.» No se me escapa el
parentesco de tal pensamiento con el letrero que tenía colgado Bertolt Brecht, delante
de su mesa de trabajo en el exilio danés, en el que había escrito lo siguiente:
«La verdad es concreta.»