Probemos de echar
la vista atrás para medir los cambios en el panorama político español. Al
socaire de la primera gran crisis global, se produjo una rápida recomposición
de la correlación de fuerzas en el escenario nacional.
Teníamos antes dos
grandes fuerzas hegemónicas, PP y PSOE, una tercera (IU) con vocación de
alternativa, más dos nacionalismos conservadores, PNV y CiU, distinguibles por
las veleidades separatistas del primero, en particular en la época de
Ibarretxe, mientras el segundo, bajo el liderazgo opresivamente personal de Jordi
Pujol, optaba por colocarse siempre al arrimo de la fuerza gobernante del
momento (la tarabita de la “gobernabilidad”) a cambio de contrapartidas
sustanciosas pro domo sua.
El modelo quebró de
golpe y porrazo hacia 2011. Aparecieron, y rápidamente se instalaron en la
política institucional, dos fuerzas nuevas, Podemos y Ciudadanos, cada una con
sus características propias; y mientras el nacionalismo vasco se templaba, el catalán
emprendió una angustiada fuga hacia delante en busca de una independencia virtual,
proceso en el que se vio ampliamente respaldado, no solo por su propia clientela,
sino por ERC, que repuntó en una de sus ya clásicas resurrecciones desde la
inoperancia y se colocó codo a codo con CiU en las preferencias de los
votantes, favorecida por sus manos limpias en las prácticas corruptas del que
durante años había sido partido alfa del nacionalismo.
El bipartidismo
había fenecido: se dijo en todos los tonos. Si alguien había pensado que las
aguas volverían poco a poco a su cauce, se equivocó de medio a medio. Lo
curioso del asunto es constatar cómo en el escenario de la política nacional la
nueva correlación no se ha consolidado en nuevos bloques de fuerzas más o menos
estáticos, sino que sigue evolucionando a gran velocidad.
Podemos ha cambiado;
no insisto en este tema. Ciudadanos sigue cambiando y ofreciéndonos cada día
una nueva versión de sí mismo, en la persecución de una importancia intrínseca
de la que carece: es el McGuffin de este thriller político.
Pero el cambio
mayor se ha producido en IU, reducido hoy a tareas de intendencia de Podemos y del
novísimo fenómeno de las Mareas, y en los dos grandes pilares políticos, “si un
tiempo fuertes, ya desmoronados”, de la era del bipartidismo.
Una operación de
urgencia ha implantado un bypass al viejo PP cuando se desangraba del mal de
corrupción en los banquillos de los juzgados. Seguramente fue un acierto el
criterio de la militancia al señalar a Pablo Casado como relevo de Mariano
Rajoy, porque la hemorragia habría continuado sin la menor duda si se daba el bastón
de mando a Santamaría, a Cospedal o a García-Margallo. Casado es una incógnita y
todo lo que parece ofrecer es una vuelta atrás, hacia las ideas más arrumbadas
y desfasadas de un líder quemado, malhumorado y resentido como José María Aznar,
el Mourinho de la política. (Es curioso que también Mourinho se ve acompañado en
este momento por la Fuerza de la nostalgia de una afición decepcionada por la
deriva del presente. La enseñanza contenida en los viejos mitos/historias reza
que para resucitar es preciso morir antes. De preferencia crucificado.)
El PP se aproxima ideológicamente
a Vox para revertir una trayectoria parabólica a la baja y competir con
Ciudadanos. En el otro lado del espejo, el PSOE se rearma con Pedro Sánchez y
se aproxima a Podemos, mientras los barones que no han entendido nada se
desgarran las vestiduras y se cubren la cabeza de ceniza dándose grandes golpes
de pecho.
Curioso; el viejo
PSOE del bipartidismo apostó consistentemente por Susana Díaz como la opción vincente, y sus bases señalaron lo
contrario al inclinarse por Pedro Sánchez y por una política en el filo de la
navaja. Luego Susana se desmoronó mucho antes y con mucho más estrépito de lo
que todos pensábamos. Las bases habían acertado y el Pedro Sánchez crucificado
resucitó al tercer día como estaba escrito.
Ahora se encuentra
prácticamente solo en un escenario hostil, pero tiene en sus manos el gobierno,
la iniciativa y la audacia. Para él se ha abierto una ventana de oportunidad
hacia otra cosa, un escenario distinto. En trayectoria de colisión con las
derechas para el próximo mayo, debe buscar apoyos en las dinámicas
municipalistas de los “nuevos” ayuntamientos, en la reserva ideológica de los
federalistas de izquierdas y en las justas movilizaciones que convocan los
sindicatos mayoritarios y que demuestran que hay en el escenario más
protagonistas que los que los medios presentan como únicos operantes.
A la inversa, las
fuerzas de progreso municipales, federalistas y sindicales habrán de ajustar
sus movimientos y sus expectativas al timing que el gobierno de Sánchez reclama
y necesita. Se necesita quizás un milagro de oportunidad y de sentido de la
anticipación. Al respecto, esto es lo que ha escrito hace muy poco en elpais
Jorge Valdano.
«El
genio futbolístico es un matemático que no tiene que saber contar. Recibe un
balón al tiempo que su vista de águila descubre una oportunidad a 30 metros. Es
un compañero que arrancó hacia la portería contraria ganándole la posición a su
marcador. El balón deberá caerle delante para defender la ventaja que tiene
ganada, pero no demasiado para no darle al portero la oportunidad de salir del
arco e interceptar la acción. Un prodigio de precisión y un milagro de medición
que coordina varias velocidades (la del balón, la del compañero, la del
defensor, la del portero, la de la línea del fuera de juego…) en un terreno
limitado. Lo que el cerebro no podría resolver con papel y lápiz, lo hace la
inspiración a la velocidad del rayo y acompaña el pie en un acto reflejo. Quien
no se asombre ante esta mágica resolución no sabe nada de seres humanos ni de fútbol
ni del poder de la adivinación ni de matemáticas.»
Valdano se refiere,
es obvio, a otro arte distinto al de la política, pero mutatis mutandis sus argumentos se sostienen: visualización de una
ventaja potencial, medición, precisión, coordinación de las diferentes
posiciones de los protagonistas y de sus velocidades respectivas en un terreno
limitado, y evitación del fuera de juego. Un milagro posible.