miércoles, 23 de enero de 2019

LEO, LUEGO EXISTO


Los datos del Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros para 2018 constatan la existencia de un 32,8% de personas en España que no leen nunca. Las dos causas más frecuentes que alegan para tal anomalía son: que no tienen tiempo, y que no les gusta leer.

Luego hay un 12,5% de lectores ocasionales o poco consolidados, y una masa del 49,3% de lectores habituales.

Las cifras son algo escasas si se quiere, pero han mejorado desde el Barómetro anterior. Entonces quienes no leían nunca eran el 40,1%. El descenso es significativo.

Hay más mujeres lectoras habituales “en tiempo libre”, que hombres: 67,2 por 56,2 por ciento. No se atiende en las cifras de la encuesta al soporte ni a la calidad de lo leído, de modo que lo mismo dan a efectos de porcentaje los Pensamientos de Marco Aurelio anotados, como la sección de Contactos en los anuncios por palabras.

Y qué. Cada cual es responsable de sus lecturas, y a la inversa puede sostenerse que las lecturas son responsables de la persona lectora. Somos aquello que leemos, de la misma o parecida forma que somos aquello que comemos. La personalidad sería una tabula rasa, como sostenían los antiguos, a la que no hay más remedio que alimentar con distintos inputs para que resulte una organización sostenible a largo plazo. El “yo” no es del todo yo sin sus circunstancias, según se deduce de lo que dejó escrito don José Ortega y Gasset.

El alimento cultural de ese 32,8% que no lee les llega por otras vías: vía oral, o vía pantalla amiga, por lo general. Esas personas no están absolutamente desprovistas de alimento cultural, pero la diferencia entre ambas situaciones tiene su importancia. Leer implica actividad y concentración; ver o escuchar se configura, en principio, como una recepción pasiva. Quien lee elige (bien o mal, esa es otra cuestión); quien ve televisión, cae sobre lo que le ofrecen.

Sí que se puede zapear de un canal a otro, pero en el mejor de los casos la oferta al alcance no es comparable con el universo de estímulos intelectuales potenciales que provoca un hormigueo característico de nuestras neuronas cuando cruzamos el umbral de una librería.

Las librerías, por cierto, cotizan a la baja frente a la expansión irresistible del monopolio digital de Amazon. Algunas muy renombradas y longevas han cerrado sus puertas en estos días. El concepto de la lectura, el soporte de la misma y las formas de adquirir libros han cambiado en la sociedad en la que vivimos. Antes la lectura dejaba impresa una huella mucho más profunda y apasionada en la personalidad del lector, y ahora nos resulta imposible recordar la frase que nos llamó la atención en una lectura del sábado pasado, o bien si la cita memorable que nos disponemos a emplear se debe a Winston Churchill o a Paulo Coelho.

Son pequeños inconvenientes sin importancia del hábito benéfico de la lectura.