Admirable
percepción la de nuestros entrañables ultras. Se han dado cuenta de que sus
porcentajes de voto dependen en buena medida de santos varones afectados por
diferentes patologías.
El “macho manada”, por
ejemplo, ve limitado su honesto esparcimiento consistente en penetrar
casquivanas de a montón, cuando las muy guarras circulan solas de madrugada por
entornos festivos. La causa última de tal limitación de la libertad de
expresión de la punta del nabo procede de los maricomplejines de una justicia
intolerablemente presionada por funestas ideologías de género ajenas a la
enseñanza tradicional e inmutable de la santa iglesia de toda la vida. Esto, de
verdad, no puede seguir así. Se está deteniendo y procesando a valiosos
especímenes potenciales de la vanguardia ultra, gente que va a los toros
puntualmente y asiste a procesiones, festivales y romerías nihil obstat con la sana intención de beneficiarse grupalmente al menor
descuido a alguna gordita meona.
Pero sobre todo es otra
la tipología cuyo desvalimiento legislativo por parte de las instituciones está
creando alarma social en las filas ultras. Hablo de los calzonazos, los
cornudos consentidores, todas esas víctimas propiciatorias de la vesania
increíble de sus féminas, que les engañan, les reprimen, les azotan, les sirven fría la sopa
de la cena y les obligan a lavarse ellos los calzoncillos. Y esa contravención
de los decretos inmutables de la divinidad masculina no llega a los juzgados por
falta de una ley adecuada que deje las cosas en su sitio de siempre. La
judicatura fetén ─ que existe aún, a pesar de los pesares, así en Pamplona como
en otros lugares de la hispanidad bendecida por la providencia que está en lo
alto ─ se ve impotente para frenar tanto desenfreno.
Todo viene,
evidentemente, del menosprecio de tales alfeñiques por parte de los machos alfa
que componen la vanguardia selecta de la tribu. Desde hace siglos, y en
particular durante los implícitos cuarenta años penúltimos, se han burlado de
ellos e inventado ingeniosos chistes para dejarlos a la altura del betún. Era,
desde luego, un expediente necesario si se deseaba mejorar el ADN de la Raza y
proyectarse a empresas imperiales de más alto vuelo.
Pero todas las grandes
empresas tienen implícitos inconvenientes que es necesario considerar con
atención cuidadosa. En este caso, con el advenimiento inoportuno de la actual
democracia imperfecta, la desatención político-jurídica a los sansirolés
(bonito calificativo que procede etimológicamente de San Ciruelo) está
perjudicando de forma sensible la aritmética electoral de las
derechas-derechas.
Hay ahí un caladero
de votos nada despreciable. Tal vez en estos tiempos de decadencia viril,
cuando los violadores han de juntarse de cinco en cinco y en la mayoría de los
hogares el paterfamilias baja mansamente la tapa del wáter después de
utilizarlo, una política adecuada hacia la protección efectiva de este sector
olvidado de la ciudadanía pueda deparar la deseada mayoría absoluta a las
personas de ultra-orden.
En eso se está.