Filoctetes abandonado en Lemnos, en la decoración de un lekythos (vasija) conservado en el Metropolitan Museum de Nueva York, datado hacia 420 a.C. Son visibles la venda en el pie herido, y el arco de Heracles con su carcaj, en primer plano.
Será bueno que la
buena gente de Podemos no se enrede en aporías. La dimisión de Ramón Espinar,
hoy mismo, ha venido a demostrar el funcionamiento riguroso de la Ley de Murphy, avanzado ya
en su momento en estas mismas páginas (1). A saber, cuando una situación determinada
es susceptible de empeorar, en efecto empeora.
Así, el pulso con Manuela
Carmena por la candidatura municipal de Madrid, tratando de imponerle
acompañantes que no quería en perjuicio de las/los compañeras/os con quienes había compartido el éxito de la legislatura anterior, forzó el desmarque
estratégico de Íñigo Errejón, que se sintió demasiado incómodo y presionado en
su papel de candidato abocado al fracaso en la Comunidad. La reacción furibunda
contra Errejón desde las alturas olímpicas de la dirección nacional, inyectando
más presión a la organización para competir electoralmente con Más Madrid (una aberración, se mire como se mire), ha desequilibrado
ulteriormente el dominó estratégico, y forzado a Espinar a tirar la toalla. “No
Podemos”, es casi literalmente su confesión.
Todo este mejunje
puede recomponerse, en mi modesta opinión, si entre todos Podemos encaminarlo en una dirección distinta de la de un recital consabido de egos heridos de susceptibilidad. Los Unidos han dado ya
algún paso tentativo para liberarse de la férula que les oprime, y buscan un
acercamiento a Más Madrid al tiempo que consideran sin efecto el pacto al que
llegaron con la dirección nacional de Desunidos No Podemos.
Se trataría ahora
de poner en línea a Carmena, Errejón, Garzón, Iglesias, Montero y Rodríguez
(don Julio). Esta es una situación en la que todos son necesarios.
En la antigüedad
mítica el astuto Odiseo (Ulises) vio cómo, después de muchos años de guerra baldía en
Troya, cundía la desmoralización en el campamento griego.
Hacía falta un
revulsivo salido del banquillo para inclinar la balanza de un partido desfavorable
a los atacantes. Odiseo se acordó entonces de Filoctetes, el guerrero heredero
del arco de Heracles, que había sido abandonado por la expedición en la isla de
Lemnos porque, mordido en el pie por una serpiente venenosa, despedía una pestuza
poco agradable para las rectas narices helénicas.
El "Astucísimo", como le llama Homero, tiró en la
ocasión de manual de supervivencia para conjurar la crisis. Convenció a
Neoptólemo (el “Joven Guerrero”, sobrenombre de Pirro, hijo del fallecido
Aquiles) para ir juntos a buscar al héroe olvidado pero necesario. Para
entonces, Filoctetes odiaba a todos los griegos, y se negó a acompañarles. Hubo
de intervenir desde los cielos Heracles y hacerle ver que, sin su participación, los augurios y las
viejas profecías no podrían encontrar adecuado cumplimiento.
Filoctetes se
presentó ante Troya con sus dos valedores, y de buenas a primeras un certero
flechazo suyo acabó con Paris, y la guerra entró en su fase final.
Es de lo que se
trata ahora, si se me da como válida la atrevida licencia poética de llamar
Troya a la Comunidad de Madrid.