martes, 8 de enero de 2019

BLOQUEO ECLESIÁSTICO


El abad benedictino de Cuelgamuros ha negado al gobierno de España el acceso a la tumba de Francisco Franco, cuyos restos se pretendía exhumar para colocarlos en un lugar más idóneo por menos visible.

No se trata de un ataque a la religión, ni a las prerrogativas de la iglesia. Se trata de que un templo (lo mismo ocurriría con la catedral de la Almudena), consagrado en principio al culto y a la relación espiritual de los humanos con la divinidad, no quede marcado permanentemente por la impronta dejada en la Historia por una dictadura terrenal de la que afortunadamente nos liberamos hace ya bastantes años.

Pues no. El gobierno ha acudido con la misma pretensión a la diplomacia vaticana, y la diplomacia vaticana ha desatendido la petición y no tiene intención de mediar (ellos dicen “de inmiscuirse”) entre el abad y el consejo de ministros.

La jerarquía eclesiástica, en consecuencia, está firme en la posición de bloquear cualquier iniciativa en relación con este asunto. Una cosa es desahuciar a pobretones que no pagan el alquiler, actividad para la que concede un día sí y otro también su bendición apostólica ─con mayor razón por el hecho de que la propia iglesia católica es la primera propietaria inmobiliaria del país, y los intereses materiales pasan por delante de cualquier otra consideración─, y otra cosa muy distinta es desahuciar los restos del dictador, dando al césar de hoy lo que es del césar, según doctrina enunciada hace veinte siglos por Jesucristo, seguramente en ese cuarto de hora tonto que a todos nos afecta porque nadie es perfecto.

No quiero hacer demagogia con este asunto, aclaro. Sé muy bien que la Iglesia cumple con escrúpulo ese precepto evangélico concreto en muchas ocasiones. Ha dado al césar lo que era del césar, y mucho más, incluso; siempre, por supuesto, que el césar de turno era de su gusto. (1)

La moraleja del asunto nos viene en derechura de la Vega del Genil. “¡Menos mal que tenemos a la iglesia que nos protege de la religión!”, es lo que dicen las beatas de Santa Fe, según nos ha relatado con minucia el verídico cronista de tales eventos, José Luis López Bulla.

El cual nos recuerda a todos (2) que sigue en vigor en España un concordato con la Santa Sede, rareza y pingajo jurídico perpetrado bajo un régimen no democrático y que no tiene ningún sentido fuera de las circunstancias ─aciagas─ en las que fue concebido.

Hace más de cuarenta años que debió derogarse ese instrumento de privilegios que beneficiaron a ambas partes en un contexto totalitario y confesional. No es ninguna barbaridad que el Estado laico y aconfesional se desligue de él ahora, de forma unilateral.

No como represalia por todo lo anteriormente dicho. Más sencillamente, porque en España existe una democracia en la que se respeta lo que deciden las mayorías; y en el Vaticano, no.

(1) Me permito una cita de Éric Vuillard, El orden del día (Tusquets 2018, trad. de Javier Albiñana). Se refiere al Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania nazi: «Con el fin de consagrar la anexión de Austria, se convocó un referéndum. Se detuvo a los opositores que quedaban. Los sacerdotes instaron desde el púlpito a votar a favor de los nazis y las iglesias se ornaron con banderas con cruces gamadas.» (p. 127)