El culebrón del
Brexit no ha acabado aún, los medios anuncian ya nuevos capítulos de la serie;
pero será difícil olvidar la humillación de Theresa May ayer en los Comunes: más
del doble de votos en contra que a favor, en una votación en la que estaba en juego
la confianza del país en su liderazgo.
Será más difícil
aún pagar la factura que está presentando a los ciudadanos británicos una
operación basada en un “relato” virtual que olvidó de forma premeditada los
datos reales. La primera ministra, que no ha dimitido sino que sigue firme en
el empeño, ha tipificado así dicha factura: «incertidumbre, amargura, rencor.»
Se refería a un Brexit ‘no ordenado’, ‘salvaje’; pero ningún Brexit, por
naturaleza, puede ser ordenado o dejar de ser salvaje.
Un dicho muy común
afirma que es posible engañar a todo el mundo durante algún tiempo e incluso a
algunas personas durante todo el tiempo, pero no engañar a todos todo el
tiempo. Aprendices de brujo de las nuevas tecnologías de la comunicación se están
aplicando a la tarea, sin embargo; pretenden que en la actual democracia de las
audiencias pasivas sí es posible servir ruedas de molino a los ciudadanos, y
que estos las traguen sin rechistar durante tanto tiempo como haga falta hasta
la creación y puesta a punto del siguiente relato virtual; y así,
indefinidamente.
Esa es la causa
última de que tengamos ahí a Trump y Bolsonaro, a Puigdemont y Santi Abascal. Detrás
de las bambalinas todos ellos esconden a los técnicos correspondientes, que vigilan
el fluir de los algoritmos desde sus baterías de ordenadores.
De momento, lo que han
demostrado es que pueden tener éxito en cualquier cosa que se propongan, con tal
de disponer del correspondiente derroche de capital (iraní, u otro) y de medios
para financiar una campaña por todo lo alto, que resulte eficiente según las
nuevas normas de la eficiencia paranormal.
Aún está por
demostrar que ese éxito pueda ser duradero. Unas propuestas fundadas en la exacerbación
de los sentimientos más bajos y en la simplificación pasmosa de las soluciones
ofrecidas, no parecen lo bastante consistentes para durar en un escenario agitado
hasta el paroxismo por toda clase de monstruos al acecho: miedos, prejuicios,
desconfianzas, odios, y sí, también incertidumbres, amarguras y rencores.
May está en una
posición incómoda e inestable, agobiada por el bulo que ayudó a engendrar: el
de la Gran Bretaña eterna alzándose radiante para gobernar la aldea global
desde sus centros financieros, sobre las ruinas de una Europa desunida.
Puigdemont sigue en
Waterloo empantanado y empantanándonos a todos en el sueño increíble de una República
Catalana independiente respetada en todos los ácimuts y sin embargo falsa como
un duro sevillano. (Pido disculpas a todos por reproducir el viejo dicho,
incorrecto políticamente hasta extremos horribles, pero en el que no pongo
ninguna mala intención. Algunas instancias oficiosas proponen su sustitución como medida de la falsía por “un euro de plástico”. Sea, si ustedes así lo prefieren.)
Abascal, por su
parte, propone a partir de su (muy relativo) éxito inicial, un futuro español
radiante que consistirá en la multiplicación de las corridas de toros, las
partidas de caza, las procesiones solemnes de las cofradías religiosas y la sumisión
del mujerío de toda la vida al liderazgo indiscutido del varón.
Ese no es futuro
para la España tal y como es en las postrimerías del segundo decenio del siglo XXI. Se trata, disculpen de nuevo, del mismo viejo y
gastado duro sevillano o euro de plástico antes mentado. Y en todos los casos, los "relatos" esgrimidos no son otra cosa que fantasmagorías, sueños de una noche de verano animados ahora
por los efectos especiales de una realidad virtual programada en el ordenador.