martes, 15 de enero de 2019

DÓNDE EMPIEZA LA ULTRADERECHA


Lo cuenta José Luis López Bulla en su bitácora, pero es el pan de cada día: la campaña electoral de Vox en 2014 fue financiada con donaciones opacas. En este caso concreto, con fondos proporcionados por el exilio iraní.

No es exactamente un escándalo, sino un mero epifenómeno de la globalización. Resulta un tanto chocante, pero no insólito. Vayan ustedes a averiguar quiénes y cómo han financiado la recentísima campaña de Vox en Andalucía. No se llevarán sorpresas, será más de lo mismo. Sabemos de cierto, por actas judiciales, que el PP lleva años financiando sus campañas electorales (y bastantes cosas más) mediante donaciones opacas gestionadas a través de la caja B. Qué decir respecto de Ciudadanos. Y si el resto de los partidos del arco parlamentario miran a otro lado cuando surge esta clase de revelaciones, sin duda la razón es que, de una forma u otra, tampoco su conciencia está tranquila.

El capital transnacional se mueve con ductilidad y flexibilidad suma: hoy es iraní, mañana qatarí, pasado de Singapur o de Liechtenstein. Incluso del Ibex35, qué me dicen, vaya sorpresón.

Non olet, no huele, se decía del dinero en época romana. Más aún hoy, cuando los billetes de banco están sanitizados.

Doble lenguaje, doble moral y doble contabilidad, es la tríada de las duplas que imperan en la posmodernidad. Como contrapeso, tres unidades sacrosantas: la verdad es única, lo es el mercado, lo es el ejército que ejerce como garantía última de la estabilidad del sistema.

En este contexto, ¿dónde acaba la derecha y dónde empieza la ultraderecha? El PP de Pablo Casado se dirige a una convención en la que redefinirá su línea política. Según todos los indicios, la escorará más a la derecha. ¿Cuánto? Seguro que, como acostumbran algunos equipos de fútbol, jugará “al límite del reglamento”. El problema es: ¿dónde está ese límite? ¿quién define el reglamento?

De algún modo, toda la derecha posmoderna es ultraderecha, en el sentido de que retuerce las constituciones, exprime los códigos e ignora los reglamentos. Su reino no es de este mundo, y sus personalidades más carismáticas, al situarse "más allá" (ultra, en latín) del bien y del mal, gozan en vida de la beatitud que los teólogos atribuyen al reino de los cielos.

Manolo Vázquez Montalbán, al que dedicaba mi post de ayer, ilustra esta situación peculiar de los felices beatos de la gran derecha con una anécdota reveladora. En un encuentro con Carles Ferrer Salat, jefe por entonces de la gran patronal, además de economista y deportista de renombre, este le contó que había sido marxista de joven, e incluso había hecho su tesis doctoral sobre el Manifiesto comunista, de Marx y Engels.

Y cuando Manolo le hizo la pregunta (“frívola”, apostilla él mismo) de qué pensaba ahora de aquel texto, respondió Ferrer:

─Es una monada.