Lo cuenta José Luis
López Bulla en su bitácora, pero es el pan de cada día: la campaña electoral de
Vox en 2014 fue financiada con donaciones opacas. En este caso concreto, con fondos proporcionados por el
exilio iraní.
No es exactamente
un escándalo, sino un mero epifenómeno de la globalización. Resulta un tanto
chocante, pero no insólito. Vayan ustedes a averiguar quiénes y cómo han
financiado la recentísima campaña de Vox en Andalucía. No se llevarán
sorpresas, será más de lo mismo. Sabemos de cierto, por actas judiciales, que
el PP lleva años financiando sus campañas electorales (y bastantes cosas más) mediante
donaciones opacas gestionadas a través de la caja B. Qué decir respecto de
Ciudadanos. Y si el resto de los partidos del arco parlamentario miran a otro
lado cuando surge esta clase de revelaciones, sin duda la razón es que, de una
forma u otra, tampoco su conciencia está tranquila.
El capital
transnacional se mueve con ductilidad y flexibilidad suma: hoy es iraní, mañana
qatarí, pasado de Singapur o de Liechtenstein. Incluso del Ibex35, qué me
dicen, vaya sorpresón.
Non olet, no huele, se decía del dinero en época romana. Más
aún hoy, cuando los billetes de banco están sanitizados.
Doble lenguaje,
doble moral y doble contabilidad, es la tríada de las duplas que imperan en la
posmodernidad. Como contrapeso, tres unidades sacrosantas: la verdad es única, lo
es el mercado, lo es el ejército que ejerce como garantía última de la
estabilidad del sistema.
En este contexto,
¿dónde acaba la derecha y dónde empieza la ultraderecha? El PP de Pablo Casado
se dirige a una convención en la que redefinirá su línea política. Según todos
los indicios, la escorará más a la derecha. ¿Cuánto? Seguro que, como
acostumbran algunos equipos de fútbol, jugará “al límite del reglamento”. El
problema es: ¿dónde está ese límite? ¿quién define el reglamento?
De algún modo, toda
la derecha posmoderna es ultraderecha, en el sentido de que retuerce las
constituciones, exprime los códigos e ignora los reglamentos. Su reino no es de
este mundo, y sus personalidades más carismáticas, al situarse "más allá" (ultra, en latín) del bien y del mal, gozan en vida de la beatitud que los teólogos atribuyen al reino de los cielos.
Manolo Vázquez
Montalbán, al que dedicaba mi post de ayer, ilustra esta situación peculiar de
los felices beatos de la gran derecha con una anécdota reveladora. En un encuentro
con Carles Ferrer Salat, jefe por entonces de la gran patronal, además de
economista y deportista de renombre, este le contó que había sido marxista de
joven, e incluso había hecho su tesis doctoral sobre el Manifiesto comunista, de Marx y Engels.
Y cuando Manolo le
hizo la pregunta (“frívola”, apostilla él mismo) de qué pensaba ahora de aquel
texto, respondió Ferrer:
─Es una monada.