A ver, yo no soy
nadie para opinar pero me parece una noticia positiva el acuerdo entre Manuela Carmena
e Íñigo Errejón para concurrir de forma coordinada en el Ayuntamiento y en la
Comunidad de Madrid bajo las siglas de Más Madrid.
En el cartel de Más
Madrid, para el que van a convocarse nuevas primarias, van a estar Podemos e
IU, pero no van a estar. O sea, estarán presentes pero sin privilegios
adquiridos.
Los putos
privilegios adquiridos de las siglas, en las sopas de siglas al uso, exigen
compromisos de los aparatos en función de los cuales Fulanita irá de número dos
y los de mi cuerda tendrán asegurado el 25% de la candidatura.
Las primarias
condicionadas por esos pelendengues son como esos sorteos de la Champions en
los que Florentino designa qué contrario desea para el Real Madrid, y luego se
calientan las bolas al efecto.
O sea, ni son
primarias ni otra cosa que puros designios de los seres superiores.
Desde siempre hemos
suspirado por unas campañas electorales en las que se hable del proyecto
político, y no de las personas y de los puestos que ocupan estas en una lista
democráticamente consensuada a partir de compromisos adquiridos e intereses
creados en la opacidad íntima de los despachos de los comiteles centrales.
A puertas cerradas,
sin luz y sin taquígrafos.
No es que el acuerdo
Carmena/Errejón se sitúe en una posición muy distinta de esta praxis
tradicional, de acuerdo. Pero reconforta la posibilidad de un proyecto que, partiendo
de la experiencia adquirida en el gobierno de una gran ciudad como Madrid, aspire
a ganar asimismo en el ámbito de una Comunidad que hasta el mismísimo día de
hoy se dedica con perseverancia digna de mejor causa a poner palos en las
ruedas de la alcaldesa.
Podemos-Madrid no
se ha comportado. Ni con el equipo municipal en el que había puesto sus
complacencias en la capital, ni con la persona a la que señaló como su
candidato a presidir la Comunidad. En ambos casos, ha interferido descendiendo
de la política al politiqueo, y jugando a la imposición externa, con o sin
primarias interpuestas, de personas y números de lista sine qua non.
Algo ya muy conocido
de viejas batallas de otros grupos políticos afines; pero que es inexcusable
erradicar si se quiere crecer en el apoyo electoral de una ciudadanía escamada.
Más aún cuando se predica en todos los tonos la lucha sin cuartel del “pueblo”
contra la “casta”, y a las primeras de cambio se desarrollan pulsiones
típicamente castizas.
Así andamos también
en Cataluña, salvo por el detalle de que es Ada Colau, y no la ejecutiva de
Podemos-Cat, sea de esta lo que fuere, la que ordena el despliegue de fuerzas
para la batalla.
El proyecto
articulado estratégico que se supone debe servir de base para tales decisiones,
no está claro. Las relaciones con España y con Europa se mantienen en una
ambigüedad clamorosa. La formación no renuncia a ser soberanista, ni
federalista, ni otra cosa. Lo único que aparece claro es que Pisarello irá de
cabeza de lista a las europeas, pisando el puesto a Urtasun, y que Colau
remodelará su equipo de gobierno conforme a criterios propios. Con la candidatura
autonómica no se sabe aún qué pasará.
Para apoyar un
proyecto que no ofrece ni un perfil ni una definición clara, se nos pide fe. En
el pensamiento de la Grecia clásica, la fe era el escalón más bajo del
conocimiento humano; y el más despreciable.