Andrea Rizzi
publica un vistoso trabajo en elpais con un gancho especial en el titular:
«¿Por qué el Norte de Europa confía más en la UE que el Sur?»
Se trata, sin
embargo, de una pregunta mal planteada. El artículo contiene mapas coloreados y
diversos gráficos muy explicativos, y desarrolla una argumentación bastante
lógica. De lo que se dice y lo que se muestra, la conclusión más razonable es
que el Norte de Europa confía en la UE, sí, pero “tal como es ahora”, y debido sobre
todo a que desconfía de la otra parte de Europa: del Sur, tipificando y
simplificando el problema.
A la inversa, el
Sur se siente perjudicado por la actual estructura de la Unión, y aunque no es
menos “europeo” que el Norte, sí desearía cambiar los actuales parámetros de
convivencia.
Una frase avala
esta interpretación. Dice Rizzi: «Algunos observadores creen que los
hanseáticos son la avanzadilla del ala dura alemana para frenar la reforma del
área monetaria común. Comparten instintos liberales, austeros y una profunda
desconfianza en mancomunar más con el Sur.»
Los “hanseáticos” son Holanda en primer lugar, y tras
ellos los países nórdicos y los bálticos. Al hilo de las vicisitudes del
Brexit, el eje anterior Berlín/Londres, mucho más importante que el
francoalemán en la determinación de las políticas comunes, tiende a ser
sustituido por un eje Berlín/Amsterdam.
El Norte se desentiende del problema migratorio, favorece
la creación de barreras virtuales internas en el espacio común, y tiende a
considerar la Unión como un área prioritaria de negocios, no como una comunidad
política. La confianza que muestra estadísticamente hacia Europa lo es más bien
hacia las instituciones europeas tal como están configuradas. La nueva Liga
Hanseática es, dice Rizzi, la “avanzadilla de la mano dura” alemana dirigida a
frenar la reforma de la moneda común.
Una característica de este frente duro anti-reformas es
su coherencia. En cambio los países mediterráneos, con unas tasas de paro más
altas que en el Norte y un crecimiento inferior, carecen de una estrategia
común hacia Europa e incluso de un proyecto europeo reconocible.
Sería importante corregir a tiempo esa deficiencia,
porque de otro modo la Europa de dos velocidades se va a implantar por la vía
de los hechos. En la cadena global de valor el Norte, con o sin la Gran Bretaña
que empieza a comprobar los inconvenientes de querer volar sola, ocupará las
posiciones más destacadas, mientras el Sur se situará a la cola, sin más
consuelo que unos fondos de cohesión crecientemente recortados. Un futuro poco
halagador, que propulsa el euroescepticismo en las latitudes mediterráneas y
puede llevar en un futuro próximo a un refuerzo de las posiciones lepenianas y
salvínicas tendentes a romper la baraja.
En nuestro país, el peligro de marginación es aún más
acentuado, pero no hay síntomas de que se desee romper la baraja. En palabras
del filósofo José Antonio Marina, nuestro destino si no enderezamos el rumbo
del aprendizaje y del empleo, es convertirnos en el bar de copas de Europa.
Nuestra entrañable ultraderecha está en ello. Dispuesta a
ofrecer a la Europa del frío, luterana y liberal, no solo barra libre en cuanto
a las copas, sino un pack turístico completo que incluya las procesiones
sacras, las romerías, las cacerías de perdices y las corridas de toros.