El Louvre ha
conseguido en 2018 batir de largo el récord mundial de visitantes de museo:
10,2 millones, superando los 9,7 millones de la misma entidad, que se mantenían en lo más alto del
podio desde 2012.
Los gestores del
organismo público señalan varias causas que han contribuido al logro del nuevo récord.
Está la retrospectiva sobre Delacroix, la más visitada de la historia; está la
apertura de una “filial” o “franquicia” en Abu Dhabi, que ha atraído con más
fuerza al visitante asiático, en particular de China; y también la venta por
internet de entradas con franja horaria incluida, que ha reducido la enorme
masificación de las colas (de hasta tres horas) para entrar.
Todo eso está muy
bien. Pero hay otro elemento dinamizador citado desde la dirección que me
provoca algunas dudas. Dudas, lo confieso, originadas por mi clara deriva elitista-culturalista
y por una estimación tal vez desorbitada de criterios cualitativos
posiblemente obsoletos por encima de los cuantitativos, que son los que aportan
cash, y en consecuencia los que van a
misa.
Se trata, para
decirlo con brevedad, de la confección de un videoclip de Beyoncé y Jay-Z, de
título Apeshit (“mierda de mono”, traducción
literal que no consta en ninguna de las noticias que he consultado en diversos
medios), que transcurre en las salas de museo y sobre el que se ha construido
un itinerario de visita exprofeso, el llamado “tour Beyoncé”, de hora y media
de duración, que incluye las 17 obras maestras delante de las cuales cantó y
bailó la artista: desde la Gioconda de Leonardo da Vinci hasta la Consagración
de Napoleón, de Jacques-Louis David, pasando por la Venus de Milo y la Victoria
de Samotracia.
Según datos ofrecidos
por el diario Guardian, el vídeo en cuestión
va por los 150 millones de visitas en youtube, y sería el responsable de una
afluencia considerable de visitantes del Louvre menores de 30 años (más del 50% del total).
Ninguna objeción al
respecto. Pero me pregunto si esos cinco millones largos de visitantes menores
de treinta años van a ver los mármoles clásicos y las obras pictóricas de
Leonardo, David o Delacroix, o bien van a hacerse un selfie en el escenario
elegido por sus ídolos como fondo de una canción sobre la mierda de mono.
La cual, dicho sea
de pasada porque también he buscado en google la letra, no se refiere
específicamente al museo parisino. No quiero retorcer las cosas. El texto es
bastante incoherente y no muy inteligible. Eso sí, cada larga parrafada sobre
diversos epifenómenos, coreada consistentemente con profusión de yeah, yeah, concluye con un estribillo
que se repite y justifica el título: Have
you ever seen the crowd goin’ apeshit? Rah! (¿Has visto alguna vez a la
multitud yéndose a la mierda de mono? ¡Rah!) Signifique ello lo que signifique.
La falta de una relación
precisa entre la letra y el museo es, en cierto modo, un alivio. Pero si esa es
la forma adecuada de atraer a los menores de treinta años a los templos
inmarcesibles de la historia de la estética, convendremos todos en que va a ser
necesario redefinir a fondo los objetivos globales del negocio.
Quienes salen
ganando hasta el momento son los turoperadores; no la cultura, por lo menos la
definida a partir de sus marcos convencionales y tradicionales.