miércoles, 2 de enero de 2019

EL MODELO DE DEMÓCRITO



Alguna razón de peso llevó a José de Ribera, avecindado por entonces en Nápoles, a retratar al modelo que tienen arriba como inicio de una serie mitad alegórica mitad satírica de “filósofos harapientos”. Pudo tratarse de un vecino napolitano, o de un proveedor de la casa, o de un tipo chistoso al que vio pasar un día por su calle. He visto el lienzo en la exposición de Caixaforum sobre Velázquez y su tiempo, que conmemora los 200 años del Prado. Alguna cosa no me encajó en el título: “Demócrito”.

Se trata de una atribución reciente. Se le ocurrió a alguien por la razón de que Demócrito fue conocido como “el filósofo que ríe” (Heráclito era, por el contrario, “el que llora”; a la gente de la cultura le encantan estas tipologías).

Antes, el personaje del retrato se titulaba “Arquímedes”, por la razón de que tiene un compás en la mano. Antes aún, “Filósofo del compás”, que es, convendremos todos en ello, un título más genérico y menos comprometido.

La actitud del modelo es, en cualquier caso, inolvidable. Se está riendo de sí mismo, del compás que sostiene en la mano derecha, del rimero de papeles que sujeta con la izquierda. Simula hacer alguna medición. Pretende poner cara de entendido para contentar al amigo que le ha pedido posar para él; pero se le escapa la risa por las comisuras.

Diego Velázquez visitó en Nápoles a Ribera en 1630, el mismo año en el que está datado el cuadro. Era el primer viaje a Italia del sevillano, y cuando lo hizo llevaba algunos años en la corte. Justamente el año anterior, 1629, había pintado por encargo del rey un “Triunfo de Baco”, concebido como un retrato de grupo en el que el dios del vino reluce literalmente en compañía de personajes renegridos por el sol y algo ajumados. Lo tienen bajo estas líneas.

Curioso el personaje del sombrero de ala ancha y sin barba, que aparece a la derecha de Baco. Algunos expertos han sospechado que se trata de la misma persona que Ribera pintó como filósofo el año siguiente. Quizás era un mulero o caballerizo al servicio de Velázquez, y lo acompañó a Italia. Quizá su conversación entretuvo a los dos pintores, y cada uno de los dos decidió inmortalizarlo en alegorías etéreas. Yo tendería a clasificarlo entre los filósofos senequistas, bien plantados en el sentido común y en la observación demorada de la realidad, que Córdoba sigue dando al mundo; no entre los geómetras ni entre los atomistas de la vieja escuela.