En el blog “Según Antonio
Baylos”, con nuevo formato desde el año nuevo, y que se mantiene como una de las
referencias más firmes a las que acudimos las personas con sed de justicia
laboral, apareció ayer un post sin desperdicio: “Los resultados de 2018: la
precariedad laboral como rasgo estructural del sistema de empleo” (1).
Lo que ahí se dice
es congruente con lo que se afirma en un libro-encuesta de Pere Jódar y Jordi
Guiu, que acabo de leer y sobre el que volveré en más ocasiones (2).
Expresado en pocas
palabras: en el mercado de trabajo tal como está conformado en nuestro país, no
existen tres situaciones delimitadas con claridad, la del empleo fijo, la del
desempleo y la intermedia del empleo precario. La precariedad es estructural,
la entrada y salida en empleos efímeros es continua, y el parado no es un
marginado por el mercado laboral sino una persona que forma parte imprescindible
de dicho mercado, tal como este está configurado en sus mecanismos de
funcionamiento.
Un ejército de
reserva de nuevo tipo. El sistema ha hecho suya una antigua aspiración
expresada desde partidos o movimientos de la izquierda, «Trabajar menos para
trabajar todos», y al mismo tiempo la ha desfigurado y convertido en una
maldición más que proyectar sobre el pluriverso del trabajo asalariado.
Señala Baylos cómo
en el año 2018 se han sustanciado más de 21 millones de contratos de trabajo
para una fuerza de trabajo situada en los 14 millones de personas. No es el
sueño del pleno empleo, sino su pesadilla: el trabajo hecho cachos.
El trabajo ha
dejado de ser determinante en la marcha de la sociedad, dicen los nuevos
liberales. Y lo demuestran, porque el trabajo asalariado ya no da para vivir.
Todo se ha
desdibujado: la empresa ya no es empresa, sino un punto innominado en una
cadena de valor en la que las subordinaciones escalonadas son infinitas y nadie
responde desde el otro lado de la línea; en la que los asalariados mutan en emprendedores
que se autoexplotan, carecen de toda protección institucional, están obligados
a pagarse sus cuotas a la seguridad social y al seguro de enfermedad, y pagan
además a las plataformas que les proporcionan clientes de forma aleatoria, con lo
que tampoco los horarios son horarios, las vacaciones no existen y el lugar de
trabajo no está diferenciado de la vivienda familiar.
Es la forma que se
nos ofrece de salida de la crisis. También el término “salida” está desfigurado,
en este contexto. Se trata de una salida en bucle, de una crisis que se
realimenta a sí misma. Los listos sobrevivirán, nos aseguran. Es una profecía
autocumplida: son los privilegiados los que nos avisan de que “ellos” van a seguir
medrando indefinidamente. Para eso tienen la sartén por el mango.
(2) P. Jódar y J.
Guiu, Parados en movimiento. Historias de
dignidad, resistencia y esperanza. Icaria, Barcelona 2018. Hice una primera
referencia, en curso aún de lectura, a esta obra en un un post reciente: http://vamosapollas.blogspot.com/2019/01/cuando-el-paro-genera-empleo.html