Dice Julia Ebner,
del Institute for Strategic Dialogue de Londres, que la fuerza de la extrema
derecha no guarda relación con su representación numérica en las instituciones,
sino con su capacidad para imponer una agenda política determinada. «Nuestros
análisis muestran que la ultraderecha no se centra tanto en sacar adelante
políticas propias, sino en bloquear o boicotear las políticas de otros.»
Es lo que ha
sucedido en la pasada campaña, en la que la Triple A (Arrimadas, Álvarez de
Toledo, Abascal) ha impuesto con toda clase de gritos y aspavientos un catálogo
de temas ─una agenda política─ específicamente dirigida a agravar los
conflictos existentes y oscurecer la capacidad de las fuerzas sociales para buscar
soluciones adecuadas. A eso suele llamársele Antipolítica, con mayúscula.
No han tenido
éxito, porque la indignación de la ciudadanía no guardaba relación con lo que
se estaba haciendo (no se hacía nada; en unos puntos de nuestra geografía
estábamos en el pantanal; en otros, en el cerrojo permanente), sino justamente
con lo que “no” se hacía. Las movilizaciones del Primero de Mayo, por si hacía
falta demostración, han venido a confirmarlo.
Será importante, de
cara al segundo partido de la eliminatoria, previsto para el 26M, darle la vuelta a la agenda. No repetir
debates mediáticos que oscilan entre el show y la cortina de humo, sino insistir
en las políticas concretas que proponen los interlocutores legitimados de la
ciudadanía soberana para tirar adelante las cosas en sus ámbitos respectivos.
La política nacional
no puede seguir siendo indefinidamente una navegación sin brújula ni sextante,
sin programa ni presupuestos, sin mediciones ni puntos de referencia. Las
autonomías que van a votar necesitan saber cuál es la función que se les va a exigir
en el marco del Estado constitucional de pasado mañana; y los municipios no pueden seguir comportándose como engranajes sueltos que giran por libre.
Al parecer, los
candidatos de las distintas derechas a las alcaldías planean oscurecer las
siglas y ofrecer a sus votantes un nuevo adanismo, desnudo de relaciones peligrosas,
de intereses creados y de siglas comprometidas. Es otra forma de fragmentación
y descohesión de la política. Programas de campanario, en los que tendrán un
relieve singular los presupuestos para las fiestas patronales, el esplendor de las
procesiones sacras, la barra libre en los bares y el tó er mundo é güeno. Si esa
es la España diferente, más vale apuntarse a la agenda alternativa de una España
conectada en torno al trabajo, a los valores comunes, a las energías limpias,
al progreso compartido. Sin conexión, no hay empoderamiento posible.
Y Europa. Un
horizonte que tiende a difuminarse, salvo en las proclamas de Vox, que reclama
unidad europea para ir en contra de la unidad europea.
Y es que no importa
el galimatías cuando el objetivo, como señala Julia Ebner, es la obstrucción, el
boicoteo sistemático a las propuestas de los demás. Cuando el punto de partida de
determinadas políticas está anclado en la idea rancia, enunciada con elegancia (pero
no defendida) por el poeta renacentista Jorge Manrique, de que «cualquiera
tiempo pasado fue mejor».