jueves, 30 de mayo de 2019

HIPERLIDERAZGOS


Hubo una época en este país en la que se teorizó como funesta la “partitocracia”, considerada como una deformación patológica de la “verdadera” democracia, la orgánica, basada en la jerarquía de unas autoridades “naturales”, a saber la iglesia, la milicia, la célula familiar y el sindicato vertical. No es necesario aclarar que hablo de la época franquista. Los partidos políticos eran vistos como formaciones artificiosas que conducían al enfrentamiento de una sociedad pacífica de por sí y proclive a la mansa obediencia a los pastores acreditados.

Aquello pasó y los partidos tuvieron su momento de gloria. Ahora parece, sin embargo, que languidecen. Los líderes fuertes prevalecen sobre los aparatos. Pedro Sánchez y Pablo Casado siguen debiéndose en buena medida a sus “barones” ─no es lo mismo que deberse a sus bases─, pero los dos han sido elevados a la dirigencia suprema mediante el procedimiento novedoso y mixto de las primarias. De hecho, los aparatos no habrían cooptado a ninguno de los dos a la secretaría general o a la presidencia respectivamente; ha sido el voto plebiscitario ─de la plebe, entendida al modo moderno─ el que les ha aupado.

Eso sucede en dos partidos al viejo estilo, con sus estatutos, y sus reglamentos internos, y su funcionamiento se supone que colectivo y guiado por una vocación de representación de unas bases estables y organizadas. Todo transcurre de otra manera en formaciones recientes que he bautizado en alguna ocasión como “de diseño” o “de autor”, en el sentido en el que se dice que un determinado tipo de cocina experimental es de autor.

Rivera, Iglesias y Abascal no se ven constreñidos por el tipo de vínculos establecidos en el funcionamiento organizativo de las formaciones tradicionales de la antigua partitocracia. Funcionan en buena medida a través de las redes sociales, de modo que crean ellos mismos su clientela a partir de las ocurrencias que difunden por la globosfera virtual, y de los like que cosechan de una audiencia instantánea, embarullada y transversal.

Simplifico las cosas, ya lo sé. Lo hago porque, si no fuerzo la simplificación, no se me entenderá. De forma tendencial, el ascenso de Macron, de Trump, de Salvini, de Bolsonaro, de Macri, se ha apoyado en sentimientos sociales primarios, y no en fuerzas sociales organizadas (en todo caso, se ha apoyado en fuerzas sociales desorganizadas). Han contado además con fuentes de financiación generosas y anónimas. Quien no cuenta con capitales inodoros de color negruzco para proyectarse hacia las masas, no llega muy lejos. Se ha hecho viral el vídeo de un candidato a la presidencia de la India que lloraba al ser entrevistado porque tuvo tan solo 5 votos, y eran 9 en la familia.

El tipo de financiación aludido no respalda, sin embargo, la peripecia política de personas como Alexis Tsipras, o Ada Colau, o Pablo Iglesias. Pero ellas sí tienen que considerar cuál es el mecanismo real que está en la raíz del hiperliderazgo que ejercen en las formaciones que encabezan: si son los representantes calificados ante las instituciones de un bloque social definido, con sus aspiraciones, sus problemas y sus reivindicaciones; o si por el contrario, ellos mismos segregan con su actuación mediática su propia representación, a modo de audiencia.

Tsipras, Colau e Iglesias aparecen en este momento solos en la escena, y con serias dificultades para mantenerse en ella. Tienen, claro está, un equipo que les respalda, pero la característica principal de ese equipo reducido de ayudantes es su incondicionalidad. La incondicionalidad y el seguidismo estuvieron presentes también en el funcionamiento de las direcciones de los viejos partidos, pero estos nunca fueron monolíticos. Solía haber en su interior, como en los parlamentos al viejo estilo, un abanico de posiciones alineadas de derecha a izquierda, y enfrentadas con frecuencia entre sí con una dureza considerable, puedo dar personalmente fe de ello.

Un viejo comunista, no recuerdo quién, expresó con una frase feliz el anhelo ordenancista de una situación diferente, más homogénea. «El Partido no es una gallina ─dijo─, no tiene ninguna necesidad de un ala derecha y un ala izquierda.»

El monolitismo en torno al líder y la dependencia absoluta de las preferencias (cambiantes) de éste, son fenómenos recientes. Hagan ustedes la cuenta de los líderes podemitas que han desaparecido por el foro desde que la formación despuntó en el horizonte político español, hace solo unos pocos años. Y consulten lo que dice Iglesias en Nudo España (Arpa, 2018), p. 287. Empieza así: «En estos momentos hay un debate dentro de Podemos.» Y a continuación cierra ese debate abierto con una doble descalificación, sin turno de alegaciones en contra y sin recurso posible, de Rafa Mayoral e Íñigo Errejón.

En ese párrafo se expresa el germen último de la actual situación de Podemos como partido de diseño, después de la reciente debacle de Madrid, desde luego, pero también de muchos otros lugares.