La inefable Elsa
Artadi, segunda de la lista del PDeCat al Ayuntamiento de Barcelona, ha
declarado que si los socialistas colocan de presidente del Senado al catalán Miquel Iceta como
cebo para que “los de aquí” le votemos, es que no han entendido nada. Ha añadido
que se trata de un “chantaje alucinante”. Finalmente, ha señalado que “nosotros
estamos donde estábamos” y es Pedro Sánchez quien tiene “que hacer un giro”.
Solo me parece
razonable uno de sus argumentos: la queja de que “ellos” no han entendido nada.
Ahí me parece que está pisando terreno firme: yo mismo, y disculpen que me ponga
de ejemplo, no la entiendo en absoluto.
No es eso lo peor.
Tampoco entiendo nada cuando describe a Ernest Maragall como un mero “recambio”
a Ada Colau, a la que critica por su política de seguridad, de vivienda (sí, de
vivienda) y del top manta. Maragall, candidato por ERC, sería para Artadi más
de lo mismo, un antiindependentista. “Nosotros somos los que hemos dicho que
queremos un cambio de verdad.”
¿Un cambio de verdad? El problema no es
que lo que dice Artadi sea complicado, o profundo. Es que es incoherente. Esta
chica trabajó de becaria de Soraya Sáenz de Santamaría en la época real del
155, y Santamaría no encontró ningún reproche a su trabajo. Será que no le entendió
nada. Su capacidad de disociación mental es notable. No encuentra dificultad
ninguna en sostener al mismo tiempo una cosa y su contraria. Algunos filósofos
señalados, pongamos por ejemplo a Aristóteles, han sostenido con empeño en sus
escritos que tal cosa es racionalmente imposible. Artadi, sin duda, le reprocharía (me la
imagino regañando a Aristóteles con esa vehemencia y frescura de expresión tan
suyas) que “no ha entendido nada”. Posiblemente le informaría también de que
ella no ha cambiado de posición, y es él quien tiene que dar un giro
copernicano, expresión que dejaría aún más confuso al advenedizo de Estagira.
Es que el Olimpo que
habita Artadi no es fácilmente alcanzable para un cualquiera. Cuenta hoy mismo
Josep Ramoneda en elpais.cat que Josep Maria Ainaud de Lasarte decía que, desde
el tiempo de la dictadura de Primo de Rivera, la república, la guerra, el franquismo y la
democracia, todos los alcaldes de Barcelona sin excepción habían sido amigos y
conocidos de toda la vida de su familia. Ada Colau rompió esa exquisita norma
consuetudinaria. A ella no la habrían saludado los Ainaud en el caso improbable de cruzarse con ella por la
calle.
Supongo que lo
mismo le ocurriría a Colau con Artadi. O se está en la pomada, o no se está. Colau
decididamente no lo está, y sin embargo ahí la tienen paseándose por la Casa
Gran con ínfulas de dueña.
Colau no pertenece
al cogollito de “los de aquí”. Ni de lejos. “Nosotros estamos donde siempre
hemos estado”, la apostrofará Artadi. “Y tú no has entendido nada.”
Ciertas rutinas del
mando secular no se pierden nunca. La primera promesa electoral de Artadi ha
sido que, si gobierna ella, subirá de 2700 a 3300 efectivos la dotación de
agentes municipales.