En último término,
el acontecimiento más relevante de las dos jornadas electorales sucesivas de
abril y mayo ha sido la oficialización del recambio entre las dos formaciones
protagonistas de la historia de España desde la desaparición de UCD al final de
la Transición: el PSOE recupera la condición de partido alfa, perdida desde los
tiempos de Zapatero, y el PP “posmarianista” cede a regañadientes el campo a su
rival después de una derrota “dulce”, porque recupera Madrid-ciudad, conserva
Madrid-comunidad y mantiene significativos feudos (nunca mejor utilizada la
expresión). Por el momento, parece una bravuconada vacua la declaración de
Casado, “Ha empezado la remontada”. Pero más vale que nos tentemos la ropa.
Los dos intentos
simétricos de asalto a los cielos por la derecha y la izquierda desde la idea nueva de la transversalidad
política, que han tenido como protagonistas a Rivera e Iglesias, cada cual
provisto de una plataforma “de autor” volcada en la visibilidad mediática, el culto a la personalidad y el diseño de campaña basado en la priorización de objetivos de
voto cuidadosamente seleccionados, se han saldado con sendos fracasos: discreto
el de Rivera, estrepitoso el de Iglesias.
La otra novedad en
liza, el nacionalismo tosco “de misa y olla” de Abascal, ha quedado lejos de
sus expectativas, y más lejos aún de sus propósitos. La financiación exterior y
la sombra alargada de Bannon han caído en saco roto: no hacían falta tanto
dinero y tanta estrategia de cuarto de banderas para obtener una presencia meramente
testimonial.
Lo más lamentable
de la pirueta fallida de Iglesias ha sido el fuego amigo dirigido contra
Carmena y Errejón. Los dos han demostrado que podían haber ganado en circunstancias
más amables, pero Unidas Podemos les ha arrastrado en su tremendo patinazo. Pepu
Hernández no era tampoco el aliado ideal para la alcaldesa, mientras que Ángel
Gabilondo ha tenido un resultado muy digno y se ha quedado una vez más a las
puertas de la mayoría.
En Cataluña los
resultados han sido los que marcaba previamente la tendencia. Tal vez una
muestra tardía de un seny que hacía
tiempo estaba desaparecido de la política haya sido el buen resultado de la
lista de Puigdemont para Europa. Estrasburgo podría ser en definitiva la mejor
ubicación posible para el estafermo; una lejanía sin dramas, martirios ni cultos
órficos en la cueva de la Sibila de Waterloo. Junqueras le acompañará en el
europarlamento, pero en su caso el regreso a casa es posible, antes o después.
El sorpasso discreto de Esquerra dentro
del estamento independentista lo avala. Es la primera fuerza municipal y puede
alcanzar, aunque los pactos son difíciles, la alcaldía de Barcelona. Mientras,
la CUP desaparece y las fuerzas posconvergentes se alejan del escenario
principal: Quim Torra, Roger Torrent, la ANC y los CDR no pueden reclamar por
más tiempo un “mandato” de la ciudadanía que con toda evidencia les da la espalda y reclama
soluciones plurilaterales.
Los resultados de
Barcelona-ciudad son la mejor prueba de la nueva situación. Nadie dice que
vaya a ser fácil, pero la situación exigirá pactos nefandos en los que se derribarán tabúes y se cruzarán líneas rojas en busca de nuevas transversalidades.
La otra alternativa sería seguir en el charco, como el baturro del cuento. Cuatro años más.