martes, 28 de mayo de 2019

SUBPRECARIEDAD


En el llamado reino animal el león está situado en lo más alto de la cadena trófica: come toda clase de animales y no es comido por nadie. Probablemente (no la he probado nunca) su carne no es lo bastante exquisita para tentar a los consejos de administración de las grandes cadenas de comida rápida, porque en esa eventualidad a estas alturas habría criaderos de leones domésticos en condiciones similares a las de las granjas avícolas, extendidos por toda la faz del ecumene.

En la base de la pirámide trófica está, por ejemplo, la hormiga, que se alimenta trabajosamente de semillas y es objeto del deseo del oso hormiguero, el cual a su vez etcétera.

Ocurre más o menos lo mismo en la pirámide del empleo. En lo alto están los empleadores. Luego hay empleados fijos, sobre los cuales solo pende la espada de Damocles de los EREs, los cuales con todo son una especie depredadora cada vez más abundante y de comportamiento más imprevisible. Debajo están los precarios, con miles de subespecies difíciles de clasificar incluso para los expertos. Y luego, por debajo incluso de los precarios, el inframundo de la subprecariedad, inclasificable, que habita los fondos abisales del océano laboral y solo puede ser observado con gafas especiales de buceo y tomando lecciones de abismo, como hacían los intrépidos exploradores de Verne que querían viajar hasta el centro de la Tierra.

El equivalente de la hormiga en el escalón más bajo de la cadena laboral, tal como está establecida en el actual sistema, podría ser un muchacho nepalí de 22 años, sin papeles, que había alquilado el perfil de un repartidor registrado de Glovo con la intención de procurarse alguna calderilla con la que comer. Pagó para conseguir una remuneración con la que conseguir alguna pitanza, pero el tiempo era limitado y la probabilidad de amortizar el gasto inicial le exigía un sobreesfuerzo añadido al que de por sí suponen los objetivos marcados por la empresa para distribuir la carga de trabajo entre los “autónomos” que “colaboran” con ella.

El muchacho ilegal, anónimo e invisible pasó en rojo ─llevado por la urgencia, por el hambre, por un fallo de los frenos, vayan a saber─ el cruce de Balmes con la Gran Vía de Barcelona, y debido posiblemente a su invisibilidad y anonimato fue atropellado mortalmente por un camión de la limpieza.

Las noticias no dicen nada especial del conductor del camión, solo que se le hizo la preceptiva prueba de la alcoholemia, que dio resultado negativo. Podría ser el arranque de otra historia paralela a la de la persona humana con la que entró en trayectoria de colisión.

Estaban los dos trabajando pasadas las once de la noche. Uno en horario nocturno, el otro en el único horario en el que resulta posible arañar un pedido cuando se carece de papeles y de derechos, y se cobra en negro contra todas las leyes y los reglamentos y las disposiciones reformadas habidas y por haber.

La empresa niega que se trate de un accidente laboral, pero ha declarado que colaborará con las autoridades y que pagará los gastos del accidente conforme a las condiciones del seguro privado que suscribe con todos sus repartidores legales.

Si ascendemos un escalón en la fosa abisal de la subprecariedad y examinamos las condiciones en las que trabajan esos repartidores “legales” de Glovo, encontramos lo siguiente. Quien habla es un portavoz de la Asociación Autónoma de Riders: «Para llegar a los objetivos que te marca la empresa tienes que hacer malabares, trabajar muchas horas e ir rápido. Si no, el algoritmo que utiliza la aplicación de móvil con la que trabajamos te penaliza y te da menos horas para trabajar. Eso significa menos dinero. Esta técnica también fomenta el hecho de alquilar la cuenta para que esté el máximo de tiempo trabajando y así, aunque sea entre dos repartidores, poder ganar más dinero.»

Algoritmos, aplicaciones de móvil… ¿Les suena? Son las tan mentadas nuevas tecnologías, aplicadas no a la información y las comunicaciones sino al control férreo de una fuerza de trabajo clasificada como mercancía anónima manipulable.

Peor aún: como submercancía.